jueves, 9 de octubre de 2008

Sacudirse el pasado

Es una fantasía que muchos de nosotros compartimos: quién pudiera empezar desde cero, resetearse el cerebro y la memoria, borrar todo el pasado. Volver a hacerlo todo sin equivocaciones, seguir esta vez el camino correcto, no dar vueltas y vueltas en torno a lo mismo siempre, llegar a alguna parte. Vivir por fin la vida. Poder disfrutar de ella.

Alguien dijo una vez: "Si lo que buscas es un resultado distinto, no hagas siempre lo mismo". No hay más secreto que ése. Cambia de costumbres. Reinvéntate. Haz una lista con las cosas que vas a hacer y hazlas. Olvídate de todo lo anterior. Déjate al suplente en el espejo -como dice la canción- y quítate el bozal y las orejeras, y observa todo el camino que tienes alrededor. O mejor: todo el paisaje que rodea el camino que tú creías que era el único que podías seguir. Coge campo a través, párate a mirar lo que hay por delante, busca atajos, abre nuevas veredas. Olvídate de todo lo que dabas por seguro. Porque el futuro no tiene por qué ser (o sólo lo será si eso es lo que tú quieres) una repetición infinita del pasado. Lo que ha quedado atrás es algo que está andado, algo que ya conoces, pero hay mucho más, mucho que no conoces, muchos años por vivir y mucha gente nueva a la que conocer. Acuérdate de aquello que una vez te contaron: aquel monte que tiene dos caras diferentes, y en una pega siempre un sol insoportable, mientras que la otra es verde y crece hierba y hace incluso fresco. Acuérdate de eso, porque así es un poco todo: porque ahora mismo estás en lo alto de ese monte y porque das por supuesto que la bajada será como la subida. Sol, calor tropical, piedras, arena, bochorno, aburrimiento. Verás que sorpresa te vas a llevar cuando descubras lo que hay al otro lado.

Un árbol en la cabeza

Me han contado que hubo un hombre, una vez, al que le creció un árbol en la cabeza. Al principio era sólo musgo, luego fueron saliéndole del pelo como unas ramas, y después una especie de arbusto, hasta que el tallo fue tomando forma y el árbol fue haciéndose más fuerte. A medida que ese árbol crecía, el hombre se iba enterrando poco a poco en el suelo, hasta desaparecer por completo bajo el suelo. El árbol llegó a ser alto como el más alto de los abetos, fuerte, frondoso. Un árbol que llamaba la atención desde lejos.

Muchos años después, escarbando el terreno para construir un parque natural en torno a aquel árbol centenario y famosísimo, alguien encontró -justo al pie de las raíces, a cuatro cinco metros bajo tierra- unos restos humanos. El cráneo parecía parte de las raíces, de tan imbricado que estaba con ellas. Pero eran restos humanos, y las autoridades mandado retirarlas para darles mejor sepultura. Así que se llevaron los huesos de allí.

En pocos días, dicen, el árbol se secó. El tronco, poco a poco, se fue pudriendo y tuvieron que acabar por talarlo.

miércoles, 8 de octubre de 2008

El oso

"A veces te comes al oso y otras veces el oso te come a ti"


sábado, 4 de octubre de 2008

Por qué

Yo no sé explicarte por qué nos hacemos esto. Por qué escogemos, si es que lo escogemos (porque quizá sea él quien nos escoge a nosotros), el camino difícil, el que nos termina apartando de los otros: el camino del dolor, del sufrimiento, de las autolesiones, los intentos de suicidio. El camino imposible de la negatividad, que tánto daño nos hace, y que nos termina apartando también de los que más queremos (gente que nos quiere también y que, como tú misma, sufre y sufre, y no comprende, y llega a un punto en que no puede más y se termina apartando, por puro instinto de supervivencia). Hay quien habla de una base biológica, de un sistema de respuesta emocional hipersensitivo que nos impide regular las emociones. Y está, por supuesto, la base ambiental (invalidante, la llaman los expertos), la educación o la infancia traumática que nos termina programando la vida. Porque es a eso a lo que se parece, a un programa que alguien te ha metido en el cerebro y del que no consigues salir ni aunque lo intentes. Un programa muy simple, con un solo comando: autodestrúyete. De mil y una formas, desde ver las cosas siempre desde su lado más feo y destructivo hasta cortarte directamente las venas, desde ponértelo imposible tú hasta ponérselo imposible a todos los que te intentan ayudar de verdad, aunque sepas que el precio es quedarte solo, dejado a tus recursos (que son pocos y torpes). No sé por qué lo hacemos. Si lo supiera, dejaría de hacerlo. Si supiera cómo. Me cambiaría de carril ahora mismo y miraría a los que hacemos esto como nos miráis los que estáis al margen: con incomprensión, con desesperación. No entendería por qué se hacen eso, porque se empeñan en sufrir y en coger siempre la opción imposible, cuando la vida es algo mucho más simple. Pero es que nuestra vida (nuestra visión del mundo) quizá sea sólo esto, y no seamos capaces de ver más allá.

Me gustaría poder explicártelo. Y que lo entendieras. Y que me entendieras. Pero es que no hay explicación para esto: es algo que está dentro, que se siente, que se vive. Y qué suerte la de aquellos que no tienen que vivirlo.

sábado, 27 de septiembre de 2008

La vida empieza hoy


Olvídate de ayer. Deshazte para siempre de tus viejos prejuicios, de tus costumbres, de todos tus recuerdos, de lo que crees saber, de lo que está escondido -agazapado, como un tigre hambriento- en alguna parte de ti que no eres tú. Desnúdate del todo, quítate las máscaras, deja salir al niño que mataste y déjale que crezca, mira el mundo con los ojos de alguien que acaba de nacer, porque hoy todo es nuevo. Y ayer no existe ya. Confía en los que te quieren y quiérelos mejor tú también, cuídalos. Cuida también de cada segundo, de cada minuto, porque el tiempo es oro y porque has perdido ya demasiados años siguiendo un camino que no te llevaba a ninguna parte. Mírate al espejo y sorpréndete: te verás como si nunca te hubieras visto antes. Sonríe. Respira. Vive. Todo lo que ves es tuyo y es de todos. Siéntate a la mesa y disfruta. Porque te ha costado treinta y ocho años convertirte, por fin, en un recién nacido.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Rechazo

El rechazo ha estado ahí desde siempre. No recuerdo la época en que no sentí rechazo, la sensación (el estigma) de sentirme diferente, o como de otra familia. Indigno es la palabra. Y luego ese rechazo se fue enquistando en todo: en mi relación con los demás, en mí mismo, en mis temores y mis aspiraciones, en mi deformada visión de la realidad. Hasta llegar a un punto en que todo fue rechazo, en que el rechazo me ataba de pies y manos, me dirigía en lo que hacía y lo que pensaba... había rechazo en todo, incluso cuando no había ni un mínimo atisbo de rechazo, porque el rechazo era ya la única directriz con la que mi cabeza se regía y se guiaba. Un miedo íntimo que era mayor que todo, más fuerte que todo, una fuerza asesina, un cáncer que termina por devorarlo todo. Hasta que ya no soportas más rechazo, o decides tal vez que el rechazo es tan tuyo que lo primero y lo más urgente es decidirte a rechazarte a ti mismo.

martes, 23 de septiembre de 2008

Centro de gravedad permanente

Como dice la canción: lo que necesitaría es tener un centro de gravedad permanente. Un lenguaje propio, con el que poder entenderme conmigo y con el que poder responder a lo de fuera, sin depender nunca de las circunstancias o de mi estado de ánimo cambiante. Tener un centro, girar sobre ese centro, asomarme a lo de fuera sin temer caerme de cabeza al precipicio. Ser, en definitiva. No estar, simplemente, no cambiar tánto y con tánta frecuencia. Ser uno mismo, firme como una piedra, pero sensible a lo de alrededor. Saber ser y ceder, aprender de una vez a hacerme uno con lo que me rodea sin dejar de ser yo mismo. Lo de dentro y lo de fuera. Encontrar ese equilibrio que tan difícil me resulta obtener, y que parece ser la clave de todo. Un centro de gravedad permanente que no cambie lo que pienso de las cosas, de la gente, y que me deje también ser yo mismo, y uno de ellos. Tener, por fin, mi lugar en el mundo.


lunes, 22 de septiembre de 2008

Aislamiento

Llega un momento en que ya no queda nadie, ni queda nada tampoco a lo que aferrarse. Nadie comprende ni quiere comprender: cuando hasta uno está aburrido de sí mismo, poco sorprende que los demás lo estén también, y que te lo digan en voz alta en cuando pueden. No hay nadie al otro lado del teléfono, y te sientes tan ajeno a la vida de los otros que incluso pensar en eso (que hay una vida afuera, gente que viene y va, personas que una vez te quisieron, o te quieren, un futuro) ya no te dice nada. La casa misma se convierte en una jaula. Tu propia cara en el espejo es una mueca extraña que parece que te hace burla. Es el penúltimo día. Estás a un solo paso de caer al precipicio. Y ya no queda nadie, ni queda nada tampoco a lo que aferrarse.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Alcohol



Tengo una buena relación con el alcohol. No siempre ha sido así (cuando era jovencito, supongo que él y yo éramos todavía como dos nuevos amigos que no han acabado de cogerse la medida), pero hay que ser consciente de que el alcohol es un amigo y compañero peligroso, con el que nunca conviene confiarse. Hoy por hoy, al menos, nos llevamos bien. Yo respeto sus límites y él respeta y los míos. Y además da color a la grisura del día, y -no sé cómo expresarlo de otro modo, la verdad- me enfoca, me define, me hace reencontrarme con una una parte perdida de mí mismo que se queda a diario en los trajines de lo cotidiano, las frustraciones, los sueños que no serán, los sueños que tal vez sean, los lazos que atan y los lazos que aprisionan. No me convierte en una persona diferente, ni tampoco lo busco ni lo quiero, sino que me reencuentra con mi yo más yo. No porque me libere de las inhibiciones (esto se va perdiendo con la edad, mucho me temo) sino porque dibuja y repasa mis contornos, por lo normal difusos, borrosos, o inexistentes. Es una relación casi de amor, o tal vez sólo sea (como dijo Jim Morrison) un pacto de suicidio lento. Porque algo se pierde en cada trago, y algo se gana también. No es tanto un viaje a lo desconocido como un viaje de vuelta a lo conocido, a una parte mágica de la realidad que se pierde normalmente. La vuelta al yo.



lunes, 15 de septiembre de 2008

Recuperar la ilusión

Y esto de la ilusión, ¿dónde se compra? ¿Adónde encargo las ganas de vivir y la curiosidad por lo que no conozco? ¿Cómo hago para dejar de ver la vida como un pasillo que se estrecha y se estrecha, como un montón de puertas que se van cerrando hasta que ya, por fin, no queda ni una sola abierta en la que poder colarse? ¿Quién me traduce eso de "poner de mi parte" a este dolor sin fondo, que no me deja casi ni respirar? ¿Cómo hago para creer que sí, que existe ese mañana, ese pasado mañana, que es el hoy de tántos otros que viven en torno a mí? ¿Cómo me las apaño para reconciliarme con este paisaje árido y ruinoso en que me he convertido con el paso de los años? ¿Cómo se recupera la ilusión por las cosas? ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué es lo que falla en mí, que no soy capaz de ver que sí que hay un futuro, y que ese futuro me incluye a mí también?


domingo, 14 de septiembre de 2008

El fracaso de la soledad

La soledad es un fracaso, lo mires como lo mires. Es como haberte quedado sin dinero a mediados de mes, o como intentar cruzar el desierto y quedarte sin agua a la mitad. Estás solo porque no has sabido conservar a la gente que te quiso, o a los que en un momento u otro de tu vida te rodearon y te dieron su calor. Por eso cuesta tánto confesar que estás solo. Por orgullo, o quizá por amor propio, o porque, sencillamente, cuesta reconocer que no has sido lo suficientemente inteligente para prever lo que sería tu futuro. Es, en el fondo, la peor de las vergüenzas: eso que nunca somos capaces de confesar pero que, al no confesar ni aceptar ni reconocer, se va volviendo un cáncer que se alimenta a sí mismo. Un ciclo que se cierra en su principio. Un agujero que te engulle y te anula, hasta el punto de que la soledad termina siéndolo y ocupándolo todo. Incluido tú mismo. Tu día a día. Tu forma de pensar. La soledad te mata, lentamente pero sin piedad. Y lo peor de todo es que antes de matarte te roba lo poco que tienes, que es tu vida.

jueves, 14 de agosto de 2008

El final del túnel


Me gustaría pensar que este es el principio del final del túnel. Que habrá un cambio real, de aquí a unos pocos meses. Que las cosas se irán arreglando por fin. Que el resto del camino será plano y cuesta abajo. Me gustaría pensar que volverán las cosas del pasado que no supe mantener, las cosas buenas, mi "yo más yo". Que me despertaré de esta pesadilla (después de seis meses, un año, dos años... eso da lo mismo, después de tanto tiempo) y podré por fin empezar a vivir. Me gustaría asomarme por fin al espejo y reconocerme. Y sentirme orgulloso. E ir sembrando el camino de piedrecitas de colores y cosas (conchas, piñoñes, hojas) que, cuando sea más viejo, recogeré y guardaré en una caja. Y esa caja por fin será mi vida. Y podré morir en paz, sabiendo que he hecho algo y que hay una caja llena de cosas mías.

lunes, 11 de agosto de 2008

Caminarás solo

Cuando te haga falta, cuando me eches de menos, mirarás a tu lado y yo no estaré ahí. Como tampoco estuve la última vez. Como no estoy nunca, cuando de verdad me necesitas. Te diré que no estoy en condiciones, que estoy confuso, que no estoy dispuesto, que tengo que pensármelo, pero no estaré ahí. Aunque luego tú me recojas cuando me vengo abajo y me pasees medio zombi y dormido por media España, como el que pasea un cadáver (justo cuando más apoyo emocional necesitas y cuando mejor te vendría tenerme ahí): así y todo me tendrás que escuchar que echo de menos a alguien más fuerte, que tú eres demasiado débil para mí. Y yo no estaré ahí para recogerte cuando seas tú el que se viene abajo. Me esconderé en mi concha, te cerraré la puerta, me enterraré en un hoyo, tendrás de mí un montón de bonitas palabras (pocas, de todos modos, porque te impondré el silencio) pero ni un solo gesto. Ni un abrazo. Ni un beso. Ni una sola palabra de consuelo. No estaré. Cuando me eches de menos y me busques, estaré de vuelta en casa, con los míos. Y empezarás a caminar tú solo, muerto de frío y de miedo, y quizá hasta te eches mano a los bolsillos para encontrarte, entre virutas de color de caramelo, una nota que dirá: "Siento haberte fallado cuando más me necesitaste. Perdón, mi vida". Pero da un poco lo mismo, porque yo no estaré ahí. No estoy preparado. Me lo tengo que pensar.

domingo, 10 de agosto de 2008

Güisqui y orfidal, y un toquecito de lorazepam


Hay días en que uno cae. Días que se parecen demasiado a ayer, y en los que el mañana no es más que un truco malo para obligarse a levantarse cada día. Días en que no se ve la punta de todo esto. Días negros como agujeros que se lo tragan todo. Días en que nadie llama, en que nadie está, en que nadie existe, ni siquiera uno mismo. Porque uno ya está harto de sí mismo y sólo quiere eso: dejar de existir. Coger la vía rápida. Morir ya no tan joven, pero por lo menos dejar un cadáver medianamente digno. Ahorrarse lo que sabe que va a ser lo peor: los últimos capítulos de este libro sin pies ni cabeza ni una trama interesante, esos últimos capítulos que han comenzado ya. Porque intuyes que el final de ese libro es más que triste. Trágico, incluso. Soledad y derrota. Y aún estás a tiempo de evitar todo eso, y de evitárselo también a los otros. 50 ó 60 pastillitas de orfidal y medio litro largo de güisqui, y quince o veinte pastillitas más de lorazepam o de otro somnífero. Un suicidio rápido (el de las pastillas) o un suicidio lento (el resto de tu vida). Eso es lo que hay. Y ahora, tú eliges.

sábado, 9 de agosto de 2008

Yo, robot

Mis días, desde hace tiempo, siguen una dinámica que es siempre la misma: me cuesta distinguir un sábado de un martes, porque todos los días son idénticos, en su rutina y en su monotonía. Las drogas hacen su parte: los antidepresivos que me tienen estable, los somníferos que me ayudan a dormir. La cabeza y el cuerpo parecen ir por libre, como si fueran dos partes diferentes de dos cuerpos diferentes ensambladas con más o menos éxito. El cuerpo va bien, funciona como una máquina; la cabeza en cambio no para de rumiar problemas, causas y efectos, preocupaciones, desesperación. Sin embargo, no me quejo. Porque también las drogas ponen freno a todo esto, y me ayudan a estar off (fuera de todo, dormido, despreocupado) y no inmerso en la mierda hasta el cuello. Algo que tendrá que llegar tarde o temprano, yo eso lo sé, pero por favor no ahora: cuando esté un poco más fuerte, cuando me pueda levantar por las mañanas con un poco de ánimo, o recobre el apetito. Cuando deje de ser este guiñapo que hoy por hoy sobrevive, sin más aspiraciones.

viernes, 8 de agosto de 2008

Sucedáneos

Es un error, y lo sabes. No deberías conformarte con sucedáneos. Aunque te parezcan un alivio a corto plazo. Es un error. No es ése el camino. Deberías derribar primero todo, tirar la casa entera, no dejar ni una sola viga en pie, para después reconstruirlo todo. Pero hacerlo bien esta vez. Sin soluciones fáciles ni chapuzas, sin malos hábitos adquiridos ni comodines ni engaños ni fórmulas mágicas que lo solucionen todo. Porque no hay más camino que ése: meter la piqueta y terminar con todo. Reconstruirlo todo desde las mismas ruinas. Levantar la casa piedra a piedra, viga a viga, muro a muro, puntal a puntal. Y después, protegerse del invierno dentro de ella.

Los sucedáneos no llevan a nada. La vida está ahí fuera. Pero hay que trabajar para poder conseguir algo que verdaderamente merezca algo la pena. Tú lo tuviste una vez, y lo perdiste: lo diste por ganado sin ningún esfuerzo. No caigas otra vez en el mismo error. No creas en los milagros. Los milagros no existen, sólo existe el esfuerzo. Las grandes catedrales no se levantaron solas.

jueves, 7 de agosto de 2008

Limpieza étnica

Y ahora me pregunto ¿cuántos niños especiales -no normales, o no convencionales-, niños con una sensibilidad especial, con una creatividad especial, o niños que sencillamente no encajan o no encuentran su lugar entre la grisura de los otros niños, son obligados cada día por sus padres a ser normales, a integrarse, a encajar? Es un tema difícil, porque no hay a quien culpar: los padres sólo quieren lo mejor para ellos, que formen parte de la sociedad cuanto antes, que sean "populares", amigos de todo el mundo, niños sanos y felices. Pero la cosa no funciona así: esos niños sufren, haciendo cosas en las que no se ven, que no quieren hacer, y el resultado no sólo es alienante respecto a los demás (que ven todo ese esfuerzo y te catalogan como un bichito raro) sino hacia uno mismo (que ya no sabe quién es ni quiere ser: si uno mismo, o ese que no es él, pero que sus padres le empujan a que sea). ¿Cuántos niños pierden esa conexión íntima con su propio ser -su personalidad- por culpa de unos padres que quieren que sea lo que el niño no es, y lo colocan en una encrucijada en la que sólo caben dos opciones: fingir o perderse? Y así comienza todo.

Jugar el juego


Jugar el juego consiste en mostrarse interesado, pero no demasiado. En mostrarse cercano, pero no más de la cuenta. En no parecer nunca posesivo, ni absorbente, aunque por dentro lo quieras todo de la otra persona y estés también dispuesto a darlo todo tú. Porque no es más que eso, un juego. En el momento en que te abres al otro y te haces transparente (lo sabes por experiencia) estás perdido, pasas a la lista negra de los indeseables o de los medio maníacos. Dar, pero dar poquito y con cuentagotas. Recibir con prudencia, como el que nunca espera lo que va a recibir. No exigir nunca. Incluso aunque uno sepa que esto es como un contrato, y que en los contratos todo se basa en eso: derechos y obligaciones, expectativas que una y otra parte se comprometen a cumplir de antemano. Jugar el juego es, en cierto modo, poner siempre el yo en primer lugar. Y saber que el otro, en un momento dado, va a hacer eso mismo: pensar primero y sobre todo en él mismo. "Lo primero soy yo, y después yo, y después de eso, yo", te dijo una vez alguien y te sonó horroroso. Pero era sincera: es igual en todo el mundo. No puedes contar con nadie. Porque nadie está ahí nunca cuando estás solo y jodido, y a ti ya no te quedan ganas de jugar el juego.

martes, 5 de agosto de 2008

Fantasmas

En nuestra vida, la del TLP, la gente siempre acaba por desaparecer. Gente con la que has estado tratando durante años... un buen día se van, desaparecen, y probablemente no vuelves a verlos nunca. Sin ningún motivo en particular. Porque se hartan o porque, sencillamente, prefieren no tener nada que ver con este problema, que les complica la vida innecesariamente. Todo esto se suma, por supuesto, a la gran sensación de irrealidad que es vivir día a día, o pelearse con esta especie de vida que nunca tiene una forma lineal, sino siempre forma de bruma y de confusión, de caos inexplicable. La gente se va. Desaparece, como si nunca hubiera estado ahí. Piensas en ellos y te cuesta creer que es verdad, que existieron, que fueron importantes para ti una vez (y que ellos te juraban que tú eras importante para ellos también). Y así -y es lo peor, lo más doloroso- tu vida va llenándose de galerías de fantasmas, de frases entreoídas y de promesas que una vez se hicieron pero que terminaron cayendo en el vacío. Un pasado lleno de caras que son sombras, apenas esbozos de lo que una vez fue. ¿Existió alguna vez, o lo soñaste todo? Un montón de muertos (aunque sigan vivos) en un paisaje muerto, de desesperación. Y nadie llama nunca para preguntarte a ver qué tal estás, qué tal sigues, cómo te va la vida. Una vez que se han ido, ya no existes. Y piensas entonces -triste, deprimido-que a lo mejor eres tú quien ha muerto, mientras el mundo sigue su paso normal.

domingo, 3 de agosto de 2008

El peor momento

El peor momento del día -de cada día- es cuando te despiertas, cuando sabes que ya no vas a poder dormir más, y empiezas a darte cuenta de dónde estás, qué día es, y de todas las horas que tienes por delante. Intento retrasar ese momento lo que puedo a base de orfidales, noctamids... (estoy llegando a dormir entre dieciocho y veinte horas al día), pero así y todo, ese momento termina por llegar, y tienes que dejar la bruma acogedora y feliz de los sueños (donde nada importa, donde todo es como tú quieres que sea) y reincorporarte a la hostilidad de un mundo sin alicientes que se repite además día a día. Y así un día tras otro. Dormir lo máximo, vivir lo mínimo. Buscar el consuelo facilón de no estar, de no tener que estar, de evadirse en el sueño, en el inconsciente, en lo que no duele.

sábado, 2 de agosto de 2008

Muy pronto, demasiado tarde


Hay una frase de Marguerite Durás que dice que en su vida "muy pronto, ya fue demasiado tarde para todo". Así me siento yo, cuando echo la vista atrás y trato de distinguir en qué momento preciso de mi vida se fue truncando todo, en qué instante las promesas comenzaron a ser más bien fracasos y desilusiones. La red, en realidad, empezó a fallar desde siempre, y recuerdo caídas al vacío casi desde que tengo conciencia de las cosas. A los cinco años, a los diez, a los dieciocho, a los veinticinco... no hubo nunca un momento en que el problema interno pasara a segundo plano, y uno pudiera centrarse en la vida, en los problemas normales de la vida, en ese día a día contra el que todo el mundo se mide y se crece. No. Ahí estuvo siempre el monstruo, exigiéndolo todo, devorándolo todo, tomando siempre las riendas de lo que hacía o lo que decía yo. Muy pronto, sí, casi desde el principio, fue demasiado tarde para que esto fuera después otra cosa. Ya desde la misma línea de salida se veía lo que había y se veía también no sólo que yo no era un caballo ganador, sino que tendría suerte en realidad si es que conseguía terminar la carrera.

La química funciona

Las pastillas funcionan. Te estabilizan, te hacen sentirte físicamente bien, o, por lo menos, normal, y no como una máquina a veces desengrasada y a veces pasada de revoluciones. El cuerpo empieza a funcionar por libre, a ir cogiéndose el ritmo a sí mismo, a ponerse en marcha lentamente, pero con resultados bastante visibles. La cabeza es otra cosa. La cabeza se siente ajena al cuerpo. Se ha quedado anclada en los viejos problemas, en las limitaciones que impone este trastorno: la cabeza sabe que las cosas no van bien. A pesar de que el cuerpo le diga lo contrario. A pesar de que la química consiga darle a todo esta sensación de normalidad (que no es en el fondo más que irrealidad: una cortina o un cuadro bonito que tapa las grietas profundas de la pared). Y la solución, o así lo intuye uno, es justo la contraria: de dentro afuera, siempre. Primero, la cabeza. Y para la cabeza no sirve la química.

miércoles, 30 de julio de 2008

Mensaje en una botella


Encontrado en internet...

Soy Border: por eso, si pudiera definir mi forma de vida en tres palabras, estas serían: todo o nada. Un día la vida es para mí una eterna fiesta, llena de risas y bromas, donde nada es tan serio ni tan importante pero al siguiente me parece más cruel de lo que de verdad es. Por eso no te preocupes si estoy riendo a carcajadas y al instante suelto el llanto... es "normal" y pasará. No acepto relaciones a medias, a la gente que quiera estar conmigo le pido estar "conmigo o en mi contra", a cambio doy exactamente lo mismo. A veces dudo de que mi existencia real, me pregunto si mi existencia es de verdad o soy parte de un sueño o una película... de la que yo no soy la protagonista.... Soy capaz de cuidar mi salud hasta la exageración o llegar a lastimarme tanto, que te quitaré el sueño.¿Qué quieres que sea? ¿con quién quieres estar? Puedo ser lo que te dé la gana: dulce o tosca; discreta como una tumba o la más chismosa que pueda existir. Precavida o bien, osada a tal punto que temerás por mi vida. Seré lo que te haga feliz... mientras quieras estar contigo. Una canción, una novela, una frase me hacen soñar, me transportan a "otro lugar" si no quieres que me enfurezca, no me bajes de esa nube. De un instante al otro me puedo volver violenta y agresiva cuando eso ocurre no entiendo razones, por favor no intentes calmarme, aléjate, porque de una manera u otra, puedo hacerte destruirte. ¿Sabes qué pregunta me hacen más frecuentemente? "¿Cómo puedes ser tan lista para unas cosas y tan tonta para otras?" Un día me tiraría de un paracaídas, solo para que me veas, y mañana me escondería en un rincón de mi recámara, de ti y del mundo. Puedo ser una grandísima mentirosa... o lastimarte con mi sinceridad. Soy capaz de llorar con las películas y las noticias de la televisión... pero las tragedias de mis vecinos rara vez me producen algún efecto. Te sorprenderá saber porque lo sabrás- que tu puedes tener una idea acerca de mi personalidad y otras personas una completamente distinta aunque ambos tengan fundamento. No tengo piedad, ni compasión y no doy tregua a mis enemigos... aunque daría la vida por quienes amo... mientras los ame. Poseo una extraña y desarrollada facilidad de ver tus puntos débiles y también los fuertes, entonces cuídate, porque lo que digas o hagas muy probablemente algún día será usado en tu contra. Puedo convencerte de algo, aun cuando ni yo misma esté convencida de ello.Siempre te daré una respuesta a todo. y con una extraordinaria rapidez pienso lo que tengo que decir para lastimarte. Hoy quiero pasar el resto de mis días contigo, sin embargo mañana me puedo arrepentir. Si un día te digo que no te quiero volver a ver no te sientas culpable, porque no lo eres. También eso es frecuente. Algo puedo asegurarte: nadie sufre más que yo.

Cambios

De alguna forma, siento que ahora no es el momento de hacer cambios. Sólo cabe sentarse a esperar y dejar que pase un poco la tormenta. No buscar fuera lo que uno no tiene dentro, por atractivo que pueda parecer poner en manos de otro todo esto y dejarse llevar por la corriente. Pero el problema es mío, y siento que la solución debe pasar también por mí. Y ahora no es el momento: estoy donde quiero y como quiero estar. En dique seco. Parado. A la espera. Vacío por dentro pero, al menos, estable. Ahora no estoy en condiciones de ofrecer nada a nadie: sólo tormenta y problemas. Y hay como una luz de alarma que se enciende y que me advierte que no me meta en más charcos. No por ahora. Que no complique las cosas. Que tenga paciencia esta vez y haga las cosas de una forma lógica: primero, lo primero. Y lo demás, si es que tiene que llegar, ya irá llegando a su tiempo, y en su momento, cuando yo esté preparado. En un futuro -próximo o lejano- en el que ahora ni siquiera creo.

El manicomio, dejado a los locos

Hace sólo unos años (tres o cuatro, no más), uno entraba en internet y no encontraba nada sobre el TLP, sólo páginas en inglés, o el famoso directorio donde tuve la suerte de encontrar a uno de los peores psiquiatras que he conocido en mi vida. Hoy, sin embargo, la cosa ha cambiado, y hay varias ofertas, con sus foros incluidos.

El problema, muchas veces, es quién controla estos foros. Un foro de TLPs administrado por varios TLP es como un manicomio dejado a los locos, sin nadie que imponga un poco de orden, sensatez y coherencia. Una especie de circo donde los borderline se saltan los ojos los unos a los otros sin nadie que sugiera un poco de sensatez. Foros donde incluso se fomentan las autolesiones, directa o indirectamente, y donde se da la imagen de que somos todos un puñado de locos incontrolados que obedecen siempre al primer impulso (normalmente destructivo). Y ése es el panorama que se ofrece al enfermo que llega a estos foros buscando un poco de solidaridad y de afecto.

Muy, muy triste.


martes, 29 de julio de 2008

Perder la esperanza


He perdido la esperanza en el futuro. He perdido la ilusión por las cosas. No sé si se trata de algo pasajero, si de aquí a unos meses volveré a sentir algo de curiosidad o de esperanza por la vida. Pero por ahora no hay nada de eso. Uno se siente dentro de una rueda, y sabe -de alguna forma- que todo es para nada, que haga uno lo que haga, o por más que uno se mueva en la dirección que mueva, el final de cada ciclo es siempre el mismo: es la vuelta constante al punto de partida. Una vida que no avanza. Una vida que gira sobre sí misma, como una pesadilla que no termina nunca. La sensación de que todo es inútil, de que nada lleva a nada, de que siempre volverá uno a lo mismo: a perderlo todo y empezar desde cero. Un esfuerzo que te deja agotado y que te hace pensar de antemano que todo es inútil.

domingo, 27 de julio de 2008

Victimismo

Es difícil no sentirse una víctima de algo que parece que decide por ti, de algo que está ahí desde que tú recuerdas y que es tu enemigo y te ha robado la vida. No es parte de ti, ni lo quieres. Pero no hay forma de librarse de esto, de pasar página y soltar ese lastre y empezar de una vez a vivir.

Además, te sientes víctima porque sabes cómo nació todo esto. Porque sabes que en ese entramado tú no hiciste nada para buscarte esto, ni lo pediste, ni lo quisiste nunca. Porque sabes que los otros -en ese mismo entramado- se libraron de pasar por esto.

Pero sabes también que no hay culpables. Miras hacia atrás, y tienes la certeza de que cada uno lo hizo lo mejor que pudo, o lo mejor que supo. Desataron la tormenta, pero fue un accidente: cosas que se hacen sin saber lo que se hace. Aunque después te tocó pagarlo a ti.

Pues eso, te ha tocado. Qué se le va a hacer.

jueves, 24 de julio de 2008

Definición del vacío

Se supone que el vacío no se puede definir. Precisamente porque es eso, el vacío. Pero los TLP sí que podemos: nos hemos criado en él, hemos crecido con él, y en él vivimos. No es una sensación, ni es un sentimiento que nos haya llegado en un momento dado de la vida. De una forma u otra, siempre estuvo ahí. Y no ha habido nunca -como ha tenido el resto de la gente- un puerto al que amarrarse: una personalidad o una imagen propia y clara en la que mirarse, con la que medirse. Tampoco la familia: porque todo nació ahí, porque cuando uno ni siquiera sabe con certeza quién es, no puede sentirse miembro de una familia, ni miembro de nada. Es siempre el bicho raro. Lo mismo con la gente. De joven, con los amigos, o más adulto, cuando encuentras un trabajo. Con tu pareja, incluso: no te sientes igual, temes el abandono, llegas a forzar cualquier situación y enrareces al máximo el ambiente cerrado en que vives con ella, porque tienes miedo a no ser querido. Porque íntimamente te sientes siempre así: material de segunda, defectuoso, indigno.

Así que el vacío es eso. Pasearse por la vida sin una sola referencia de nada. En una completa sensación de irrealidad que empieza, por supuesto, por no saber quién demonios eres tú. Dicen en los síntomas de nuestro trastorno que es una sensación. Ojalá. Pero no: es una certeza. Y además, terrorífica. Y con ella tenemos que vivir día tras día.

miércoles, 23 de julio de 2008

Días como hoy

Hay días como hoy en que me pregunto (dudo, más bien, la verdad) si alguna podré escapar de esto. No digo ya escapar del todo, sino mínimamente. Convivir conmigo mismo y construirme algo parecido a una vida, con relaciones sanas, gente alrededor, tiempo que poder dedicar a algo.

Hoy me siento vacío. Pero no vacío como suele decirse otras veces. No desmotivado, asqueado, harto (que todo eso también) sino vacío. Como preguntándome qué hago aquí y para qué, pero sin llegar a preguntarme nada, sólo sintiendo eso: vacío. Como una sensación de que todo en mi pasado es un error, de que mi presente ni siquiera existe, y de que ya no espero nada del futuro.

Como si ese otro que convive conmigo me hubiera convencido ya de que es inútil. "No te preocupes: hagas lo que hagas, consigas lo que consigas, conozcas a quien conozcas, sueñes lo que sueñes, ames lo que ames... tarde o temprano, yo vendré y te lo quitaré". Así que para qué.

Vacío, ya digo.

lunes, 21 de julio de 2008

Rutina

He empezado desde hoy mismo a imponerme una rutina. El año pasado (siempre en verano, siempre los mismos ciclos que se repiten una y otra vez) fue la rutina la que me salvó, la que me fue poniendo a salvo de la tormenta... aunque después yo solo volviera a meterme de cabeza en ella, ciega, irresponsablemente. La rutina te libra de las horas vacías y de los pensamientos, los buenos y los malos. Te convierte en un muñeco de cuerda: como dice el protagonista de "Tokyo Blues", te levantas y te das cuerda a ti mismo y así te obligas a ir pasando el día. Es como atiborrarse de pastillas para pasarte durmiendo noche y día cuando se te han acabado las pastillas. No cura (y en eso, y yo lo sé por experiencia, se equivocan todos los que te dicen: "...lo que tienes que hacer es buscarte algo con lo que entretenerte..."), no te hace madurar, ni aprender. Sólo añade tiempo. Y el tiempo siempre acaba por hacerlo todo más y más pequeño, casi insignificante, ridículo. Pero todo esá ahí, si sabes acercar el microscopio y rebuscar en las viejas heridas. La rutina, en realidad, es una trampa que nos tenemos que hacer a nosotros mismos para hacernos a la idea de que ni es aquí ni ahora. De que no hay tiempo. De que otro -que ni siente ni padece: el suplente- está haciendo por nosotros ese trabajo sucio que hoy por hoy es vivir nuestra vida.

Mi forma de dormir



Ha cambiado mi forma de dormir. Me refiero a mi postura en la cama. Me he dado cuenta hoy: antes dormía bocarriba y ahora duermo replegado, acurrucado, en posición fetal, como un niño en el útero confortable de la madre. Es muy indicativo de cómo me siento ahora. Me siento herido: por eso me protejo con mis propios brazos y me encojo en mí mismo, como un armadillo. Hace sólo un par de meses me iba a comer el mundo y, ahora, (cuesta creerlo: sólo han pasado unos meses) todo se ha ido a la mierda y es el mundo el que me ha zampado a mí de un bocado. Lo he perdido todo: la persona que quería y que la vida había puesto ahí para mí; un buen trabajo, sobre el que podría haber construido un futuro; el apoyo y la confianza de mi familia. O mejor dicho: lo he tirado yo todo a la basura, y en cuestión de días, o de horas. Y ni siquiera sé todavía por qué (es decir, lo intuyo, sé por dónde van las cosas, pero no sé si no volvería a hacerlo igual si tuviera otro ataque, o si perdiera otra vez el control).

Estos días me paso en la cama muchas horas, aunque nunca me gustó estar en la cama sin dormir. Encogido, replegado. Imaginando cosas (aunque intentando no pensar en nada que tenga que ver con lo que me pasa), qué doy un paseo de aquí a no sé dónde, o imaginando un paisaje, o lo que sea. No tengo prisa ninguna por levantarme. Con un poco de suerte, me vuelvo a dormir (unas horas menos que quitarle a ese día). Estos días me sobran. Así que lo mejor es recogerse y hacer lo menos posible. Solamente esperar. E intentar no sufrir demasiado.

domingo, 20 de julio de 2008

Prohibida la nostalgia

En este estado en que estoy, en que sólo se puede esperar, en el que el ciclo tiene que cerrarse y poco puede hacerse para que se cierre más rápidamente, hay sin embargo errores que no deben cometerse. Y el más grave de ellos es caer en la nostalgia. Ese lastre, esa trampa facilona y artera de pensar que todo lo que hubo fue mejor. Queda mucho camino, aunque ahora no se vea, queda mucho por hacer, aunque hoy todo sean brumas y tiniebla y casi muerte. De momento, ese paso, un paso pequeñito pero realista: no caer en la nostalgia, no mirar hacia atrás, no echar más de menos lo que ya se ha perdido. Sólo ese pasito. Y luego, otro. Y otro...

viernes, 18 de julio de 2008

Apático

No recuerdo haber estado nunca tan apático. De la cama al sofá, y vuelta a la cama. Televisión y cerveza. Ni siquiera tengo ganas de ponerme a ver una película, o de echarme en la cama a leer un libro. Días que hay que rellenar como sea, y poco más. Ningunas ganas de hacer nada, en realidad. Quizá tenga que ver con la falta de ilusión, o la falta de esperanza. El caso es que soy consciente de que me he abandonado, y me da lo mismo. A veces el día se hace demasiado largo y, después de hartarme de beber cerveza, me meto cuatro somníferos y me meto en la cama.

No es la sensación de estar deprimido: es más bien la sensación de estar vacío. De no tener nada con lo que ilusionarse, ni nada por lo que merezca la pena pelear. ¿Me he rendido? No lo sé. Prefiero pensar que esto es provisional, y que llegará -como ha llegado otras veces- algún brote de ilusión por algo, y que entonces volveré a ponerme en marcha. De momento, vegeto. Sobrevivo. Existo.

Y algún día viviré, o eso es lo que espero. Lo que todavía me mantiene aquí.




Suicidas

El suicidio, claro, es una cosa que siempre está ahí.

Cuando se han perdido todas las esperanzas, cuando has perdido la fe (la fe en ti mismo, en los demás, en la vida), cuando intuyes que el resto de tu vida va a ser la misma mierda repetida hasta la saciedad, el suicidio aparece casi como una liberación, un descanso, una renuncia, un no claudicar ante el fracaso.

Un suicida -en contra de lo que cree la gran mayoría de la gente- no es una persona que quiere morir: es una persona que desesperadamente busca una razón para seguir aquí. Un suicida es un filósofo (como intuyó Camus). Es una persona que ama tanto la vida que no está dispuesto o dispuesta a abaratarla y convertirla en la mierda en que se ha convertido, en un sucedáneo malo ("lo que iba a ser, la mierda que ha sido"). Un suicida no es un egoísta: cree con sinceridad que el mundo será mejor sin él, que la gente a la que quiere será más feliz sin él. Porque se siente inútil, una carga, un juguete roto que no encuentra su sitio. Un suicida, en el fondo, está lleno de amor: no hay odio ni revancha en renunciar a la propia vida, y sí hay mucho de dejar el campo libre a los que de verdad saben disfrutar del campo. La muerte es un abrazo. Es la única patria que ye queda en un mundo que te rechaza y no te quiere. En un mundo que te maltrata y te aisla.

Tiene que haber un sitio para los que no tenemos un sitio. Aunque sea la nada. Porque la nada -créeme- no es peor que esto, que este infierno cotidiano en el que todos y todo y cada cosa nos rechaza. Y así una y otra vez.

jueves, 17 de julio de 2008

Insight


Lo peor de todo no es que el tío me cobrara 150 euros por sesión. Ni tampoco que apenas me dejara hablar (con lo que las sesiones terminaban convirtiéndose en largas peroratas suyas sobre trivialidades pseudofilosóficas que se supone que me iban a salvar la vida). Lo peor de todo es que no tenía nada que ofrecerme, y eso se hizo evidente ya desde la segunda o la tercera sesión, y aun así seguí yendo, y dándole la oportunidad de seguir con una terapia que, claramente, no iba a servir para nada.

Un día me preguntó "¿Tú sabes qué es el insight?" Algo de inglés sí que sé, así que le respondí: "La capacidad de mirarse uno por dentro" "¡Error!", me gritó el psiquiatra, con esa sonrisa de suficiencia con la que me trató durante toda la terapia "Ese es un fallo frecuente de traducción que la gente comete: el insight es el reconocimiento íntimo de cómo es uno por dentro. Y una vez que consigas eso, todo lo demás vendrá solo."

Pero no viene solo. Uno puede ser muy consciente de lo que le pasa, de qué enfermedad tiene, y eso no le ayuda a superarla: necesita médicos, necesita fármacos. Necesita alguien que lo guíe desde fuera, que se enfrente al problema con él desde otra perspectiva. Se necesita también, doctor Truzman (y para eso le pagaba yo a usted) un poquito de outsight: eso que los llamados "profesionales" parecen hasta ahora incapaces de darme.

Echándote de menos

Tú no te imaginas cómo te echo de menos. En cada cosa, en cada detallito. En las cosas que tuvimos (tus despertares, tu risa, tus refunfuñes, tus opiniones) y que ya nunca tendremos, y en las cosas que íbamos a tener (tus tardes de domingo haciendo galletas, nuestro Mateo que ya no nacerá, nuestros hijos no nacidos correteando por el césped de esa casa en la playa que ya nunca tendremos). No te imaginas cómo echo de menos tu voz, y ciertos gestos tuyos. Y tenerte aquí y ahora. Y escucharte. Y tocarte. No te imaginas lo duro que se me hace imaginar -pensar- que el resto de la vida va a ser sin ti, tú, que eras lo mejor que hay, la que lo iluminaba todo, la que hacía de cada día una fiesta. La que me tendió una mano y no supe (o no pude) seguirla, ni estar a la altura.

Tú no te imaginas cómo te sigo queriendo. Cómo te querré siempre. Y lo más jodido: que hay que vivir con eso. Un fantasma más que añadir a la lista. Un muerto más (el de mi incapacidad, cuando por fin pude tocar el cielo) que sumar a la lista.
Es todo demasiado.,...

miércoles, 16 de julio de 2008

Vacío


Me aterra el vacío de dentro y de alrededor. Me aterra ver cómo llega la gente, pasa, se queda y después desaparece como si nunca hubiera existido. Me aterra la irrealidad de todo: esa percepción de que nada es sólido, de que todo es una especie de juego o de farsa teatral en la que participamos. Me aterra ser eso: algo cogido con pinzas, siempre a un paso del abismo, sin referencias ni apoyos ni un entorno que me recoja cuando salto al vacío. Me aterra lo que hay dentro de mí: esa parte de mí que se encarga de destruir y de convertir en mierda todo lo que la otra parte de mí va consiguiendo. Me aterra el futuro, negro, amenazador. Me aterra la vida, con sus trampas y sus complicaciones, con su hipocresía, con sus desengaños .

Me pregunto muchas veces si soy algo más que eso: un niño pequeño y aterrado encerrado en un cuerpo de un tío de casi cuarenta años.

Las horas

Lo difícil son las horas, como explicaba el libro de Chris Cunningham: despertar y encontrarse con todo el día por delante, sin saber muy bien qué hacer, sin ganas de hacer nada, con un montón de tiempo por delante cada día, y así un día tras otro, y otro, y otro.

Hoy me he despertado y no podía moverme. Me he quedado en la cama, tieso como una estatua, haciendo lo imposible por volver a dormirme. Había tenido un sueño raro: soñé que estaba en la cama y que, a mi alrededor, se me iban amontonando pilas de libros, no muy grandes, cuatro o cinco libros, y en la cama yo tenía cada vez menos espacio. Luego me he despertado y me ha parecido que tenía por delante un día demasiado largo. Como ayer. Como mañana. Porque todos los días son iguales y las horas no pasan. Y cada día es idéntico a lo que fue el día de ayer y a lo que será mañana.

sábado, 12 de julio de 2008

Voluntad


"Lo que pasa es que no pones nada de tu parte..."

No todo en la vida es cuestión de voluntad: no siempre es verdad eso de que querer es poder. A mí esto me supera. Este año, por ejemplo, he hecho lo imposible para salir, para llevar una vida como la de los otros, para conseguir lo que de verdad quería. Y todo se ha derrumbado en pocos días. Todo se me ha ido de las manos, y he empezado otra vez a comportarme como si tuviera un programa en mi cabeza, como si otro decidiera por mí, y actuara por mí, e hiciera y dijera cosas que me perjudican y que, muchas veces, ni siquiera pienso. Soy pesimista, por eso. Ya no sé hasta qué punto depende de que yo quiera el poder salir algún día de todo esto. Está ahí, tan arraigado, es tan parte ya de cómo soy y actúo y de cómo veo el mundo que no veo la forma de poder arrancármelo, de cambiar todo eso que tanto año me hace: mi forma de ser y de comportarme, mi forma de ver las cosas, y de manejarme en el día a día.

Quiero. Y no puedo. No sé cómo. No sé qué hacer ya, cómo intentarlo (lo he intentado todo), qué tecla tocar para que las cosas empiecen de verdad a ser de otra manera. Para empezar a vivir, que ya es hora. Y a disfrutar un poco de la vida.

Y todo, a pulmón



viernes, 11 de julio de 2008

Vosotros, los normales

Yo siempre me he sentido diferente del resto. No formaba parte del resto de la gente: así de simple, y así de complicado para todo... y en todo momento. No era cuestión de ego (pero sí fue eso lo que pensé, durante años y años...), más bien era un problema de lo contrario, de falta de ego, de no saber quién soy. De estar perdido hasta dentro de uno mismo. Esa herida de ahí dentro, que duele tanto, y que -de cuando en cuando- sangra. No me ha ido nada bien fingiendo que era normal, intentando ser normal, mezclándome entre la gente y haciendo ver que no pasaba nada: porque esto estaba ahí, y salía a cada tanto, y negarlo no servía más que para retrasar o evitar el problema por unos años, meses, o semanas. Tampoco me ha ido bien enfrentándome al mundo: asumiendo que era diferente y arremetiendo contra todos y todo. No sé qué puedo hacer, cuál es el punto de equilibrio entre mi yo, mi estabilidad, y los otros. Sí noto las miradas, los comentarios, los hechos... pequeños detallitos que te van arrinconado aun más, y que te hacen sentirte más diferente de todo el mundo y más al margen.


La familia y uno menos

No es sólo que uno venga de una familia completamente disfuncional: es que ese es el origen de todo. En eso -me imagino- no soy muy diferente del resto de la gente: mi forma de ver el mundo empezó en esa familia. Aunque en mi caso me enseñaron más bien poco, o nada que pudiera servirme para nada, excepto a autodestruirme y a sentirme (desde que me acuerdo) un bicho raro, sin sitio en este mundo, alguien que tenía que demostrar continuamente que merecía ser querido y aceptado. Y eso es lo que he hecho: pasearme por la vida intentando obligar a la gente a que me aceptara y que me quisiera, forzándolos siempre hasta el límite lógico y razonable del abandono.

Después he querido personalizar, y he culpado a mi madre injustamente de muchísimas cosas: es verdad que nunca me sentí querido y que ella (que tampoco es que sea una lumbrera y bastantes problemas tenía ya, me imagino) prefería a los hijos menos problemáticos, y a mi me evitaba porque evitaba las complicaciones: supongo que era eso, evitación, más que rechazo. Pero fueron todos: un padre al que nunca le ha importado nada nadie, un abuelo autoritario que hoy parecería sacado de un daguerrotipo y que ocupaba el lugar de mi padre... poco dinero, poca estabilidad, y siempre esa sensación como de ser un intruso, como de no encontrar nunca un sitio donde uno fuera acogido, bienvenido, querido.

Así es como aprendí (y como me enseñaron) a ir viéndome a mi mismo, y así es como empecé a condicionar mi vida, a limitarme, a autodestruirme. Son ya treinta y muchos años. Y es un comportamiento que se ha enquistado ahí, que sé cómo funciona (y hasta de dónde viene) pero del que no consigo deshacerme. Me ha marcado tanto que a mis relaciones he intentado siempre (y es una conducta que no me hace mejor, precisamente, ni me ha traído nunca nada más que soledad) hacerlas romper lazos con sus propias familias, un poco por el dolor que me pudiera causar verlas disfrutar de algo de lo que yo nunca había disfrutado, un poco por poder sentirme igual a ellas, y no inferior en nada, ni un bicho raro, ni una especie de huérfano que nadie sabe muy bien de dónde sale. Porque me dolía la normalidad de esas familias, y me sentía también estigmatizado por no tener yo una con quien poder pasar las navidades o en quien poder confiar si había problemas. Siempre he intentado -casi he necesitado- que mis relaciones "de igual a igual" con la gente (parejas, me refiero) pasaran por rebajar el nivel de ellas en las que cosas en que yo no podía subir, o en aspectos como este, en el que yo me sentía tan jodido.

Lo raro, al mismo tiempo, es que deseaba tener una familia (no sólo con ellas, que obviamente también, sino con la mía propia, a la que nunca he dejado de acercarme y rechazar al mismo tiempo... como, en el fondo, hago con todo el mundo). También me parecía una especie de estafa que esa familia mía, tan disfuncional, con el paso de los años (y muerto mi abuelo,que lo malquistaba todo) hubiera conseguido algo parecido a una dinámica familiar normal, de la que, por supuesto, yo me había quedado fuera (en gran parte, porque ya no podía -puedo- relacionarme con ninguno de ellos si no era a través de la rabia y del resentimiento: porque esta cosa que me jode la vida nació precisamente allí, y parece que a nadie le importa ya ni se acuerda, ni a mi me ayuda nada su normalidad y su razonable felicidad de ahora). Lo único que puedo pensar cuando los veo es "¿Por qué yo? ¿por qué ha tenido que tocarme esto a mí". ¿Por que mis hermanos llevan vidas normales, y han tenido vidas parecidas a todos, y avanzan, y crean vínculos, y tienen su sitio en el mundo, mientras que yo parezco condenado a volver siempre a lo mismo, a la misma casilla de salida de siempre?

Quizá porque yo era (o eso parece ahora, tal y como luego ha venido todo) el único sensible al ambiente tan raro que se vivía en esa casa. Esa rareza (y esa hipersensibilidad a las ofensas y el rechazo que muchas veces llega ya hasta el delirio) que luego he asimilado a todas las demás facetas de mi vida, hasta sentirme en todo como me sentí desde el principio con ellos: el perrito negro de la camada, el raro. El que no encaja nunca en ninguna parte.

lunes, 7 de julio de 2008

Sin palabras

Ya no sé qué decir ni cómo decirlo ni para quién. Cómo pedir ayuda sin ser rechazado, sin ser agredido. Cómo expresarme sin ofender. Cómo decir te quiero y que no suene a te odio. Cómo hacer para no ir quedándome cada vez más aislado y más solo. Cómo decir "lo siento" y que suene sincero, porque es verdad que lo siento, que no lo hago mejor porque sencillamente no sé hacerlo mejor. Ya no sé qué hacer, a secas: cada paso que doy es un error y me cuesta un precio (alto) que me toca pagar, y que hace que el dolor sea cada vez más mayor. No me entiende nadie porque, para empezar, no me entiendo ni yo, y la gente lo ve y huye, y la soledad cada vez es mayor.

Me siento hecho una puta mierda. Sucio, culpable, indigno, estúpido, el peor enemigo de mí mismo. Pueden darme oro, que ya me encargaré yo de convertirlo (tarde o temprano) en mierda. Y esto nunca va a acabar, no hay solución para esto. Es lo que es, y yo soy lo que soy. La vida no hace más que darme oportunidades que yo no paro de desaprovechar. Y nunca para. Y cada vez peor.

domingo, 6 de julio de 2008

Búscate la vida


Mi mamá me ama. Mi mamá me mima. Amo a mi mamá.

Ya a los cinco años (si no antes), todo eso que te enseñan en preescolar me parecía un montón de mierda. En casa, mi madre había hecho dos bandos: el suyo propio y el de mi padre, al que culpaba de todo en esta vida (aunque era incapaz de separarse y arreglar su situación). Y mi madre ya había decidido que yo (contestón, problemático, inquieto) no era de los suyos. Prefería a mis hermanos, mucho más sumisos y fáciles de manejar. Yo "había salido" a mi padre.
La lista de quejas es larga y no merece mucho la pena recordarla: pero me imagino que estaremos todos más o menos de acuerdo en que quitarme los regalos que me hacía mi padre para volver a dárselos a mi hermano, o estar días sin hablarme (yo tenía unos siete años), o venir (esto fue en un cumpleaños, más o menos por esa misma edad) a decirme que "todos los padres se estaban riendo de lo repelente que yo era" porque les estaba contando a los otros niños algo que había leído en un libro (los nombres de las estrellas y de las constelaciones) no es la mejor manera de educar a un niño, ni de insuflarle autoconfianza.

Esta falta de autoconfianza (por lo demás, injustificada: no soy mejor ni peor que la media, pero sí que tiendo a sobresalir en cosas...) ha conformado mi vida desde entonces. Mis amigos del colegio no eran los que más me atraían ni yo admiraba, sino el pelotón de los inadaptados (por miedo al rechazo, para evitar lo que ya vivía en casa). No puedo recordar una sola vez en que ligara con una chica y estuviera sobrio. No puedo presentarme a entrevistas de trabajo. No me siento digno de ocupar un trabajo normal, siquiera. Me siento íntimamente inferior a los demás, eternamente rechazado, abandonado, no querido ni aceptado por nadie... y todo viene de ahí, de esa herida que parece que no se va a cerrar nunca.

Y ahora, "búscate la vida".
Y espabila, que el tiempo se te acaba.

sábado, 5 de julio de 2008

Cuando parece que sí, pero no

Como cuando suena el despertador y te levantas de la cama de un salto, y vas al cuarto de baño a lavarte la cara y despejarte, y te preparas un par de tostadas y un buen bol de café con leche, y te sientas tranquilo en la cocina a pensar en las mil y una cosas que vas a hacer durante ese día, y hasta sales a la calle... hasta que por fin te das cuenta de que sigues en la cama, dormido, y que el despertador vuelve a sonar, y te da una pereza horrorosa levantarte.

Así me siento hoy. Otra vez desarmado, otra vez peleándome contra un millón de brazos que vienen de todas partes y que no dejan que me mueva ni un centímetro, otra vez desmotivado, aburrido, convencido de que haga lo que haga -porque mira que lo intento- nada va a cambiar jamás. No hay forma de que cambie. Porque el espejo en que te miras no cambia ("yo hablo con todo el mundo y nadie se toma las cosas como tú te las tomas", o "tú es que hoy tienes un día malo y eso es lo que te pasa").

¿Cómo explicarle -una y otra vez- que no tengo días buenos ni días malos (o no más ni menos que el resto de la gente), que soy una persona que reacciona a las cosas, y no un ser caprichoso y voluble al que el carácter le cambia por las buenas? Pues de la única forma que sé ya: evitando su presencia y dándole la razón.

Me iré a la cama pronto, y que sea mañana cuanto antes.

viernes, 4 de julio de 2008

Perder el control

Lo contrario del control no es el caos. O, al menos, no para mí: lo contrario del control es, simplemente, la muerte. Ser traido y llevado por fuerzas y emociones que no dependen de mí, que me poseen como íncubos malignos, como demonios que no hay forma humana de exorcizar o echar fuera de mí. Es como verse arrancado de pronto de la superficie del mundo, o de la vida, y llevado hasta el vórtice de un tornado salvaje, que primero te agita y te revuelve y te sube y te baja y después te deja caer violentamente. Cuando pierdo el control, lo pierdo todo: los amigos se van, los amores te dejan, la familia se asuste y huye, o decide internarte en un psiquiátrico. Y a ti sólo te queda ver lo que está pasando, un poco desde dentro y desde fuera a la vez, porque no eres tú quien vive en realidad todo eso, estás siendo vivido. Es otro el que decide, otro el que actúa por ti, el que intenta destruirte usurpando tu propia voz, tus manos, tu cabeza. Lo contrario del control no es el caos, porque en el caos es posible vivir. El caos, en realidad, es una forma de orden, un estado apacible, si lo comparamos con esa caída de lo más alto a la nada, o incluso a lo que hay más allá de la nada, que es para mí la pérdida del control. Cuando soy otro, y los demás ni siquiera lo saben. Cuando pido ayuda y lo hago gritando, insultando, agrediendo. Cuando la rabia (que no es realidad más que la voz de ese yo cautivo que no quiere dejarse estrangular por el otro) es lo único que ven los que miran desde fuera, y se espantan. No estoy loco. Es sólo que he perdido el control. Pero explícaselo a ellos: a los que ya se han ido, a los que quieren irse, a los que llegarán para luego abandonarme.

Apoyo

"Dadme un punto de apoyo y haré que se mueva el mundo".

Muchas veces sólo hace falta eso: un punto de apoyo, una mano que te ayude, unas palabras que te animen, una sonrisa que te sostenga. Muchas veces es eso lo que uno no encuentra y lo que lo terminan precipitando al abismo. Un punto de apoyo para hacer que todo cambie, que se deshagan todas las telarañas, que el mundo entero se mueva. Y que baile.

jueves, 3 de julio de 2008

Segundas oportunidades



Hoy me he visto en los ojos del otro. He visto su impotencia, su miedo, su cansancio, su frustración, lo difícil que es tener que convivir con alguien como yo. He oído las mismas cosas que tántas veces me ha dicho, pero las he escuchado por primera vez, y he atendido a sus razones. Me han conmovido sus lágrimas y, aunque parezca raro, me he dado cuenta por primera vez de que no sólo yo lloro. De que no soy el único que ya no puede más. Que es verdad aquello de que tengo hacer más, y no esperar que el resto del mundo venga a solucionarme los problemas. Hoy me he dado cuenta de que estaba equivocado en muchas cosas, de que he hecho mal muchas cosas, de que no soy una víctima y de que, efectivamente, el responsable de todo lo que me pase, de mis fracasos y mis logros, de mis capacidades y mis limitaciones, soy yo. Y nadie más que yo.

Hoy han empezado muchas cosas. Y espero que todas terminen bien. O que terminen, a secas. Que todo esto que he sentido hoy no se quede en un montón de palabras y de buenas intenciones. Que todo se cumpla, y que el final de lo que ha empezado hoy sea el principio de otra vida completamente diferente de esta.

Lo que iba a ser: la mierda que ha sido


Realidad y deseo. Yo ideal y yo real. Lo que nos gustaría que fuera y lo que es. Eso que hace que la vida sea tan frustrante, tan decepcionante. Los sueños que terminan siendo como excrecencias apestosas y negruzcas. Porque así son las promesas: todo mentiras y burlas.

Tener que lidiar con eso. Acomodarse al fracaso. Engañarse a uno mismo para poder seguir vivo. Mirar hacia otra parte para no tener que ver la mierda que nos llega hasta las cejas, las rendiciones, las claudicaciones, las pérdidas de las que nunca nos recuperaremos, la muerte que nos ronda y que, por segundos, nos va cercando y comiendo terreno.

La vida es un proceso de demolición.

martes, 1 de julio de 2008

Nadie me echará de menos

Y no es una frase hecha: no ocupo ningún sitio en la vida de nadie. Aquí estoy, cayéndome a pedazos, y en realidad a nadie le importa una mierda. Nadie llama. Nadie hace nada. Nadie me echa una mano. Todo el mundo sigue con sus preocupaciones, su vida cotidiana, su familia, sus cosas. Yo ya no existo. Da igual cómo me sienta. A nadie le importa un carajo, en realidad.

El karma es una mierda. Hay gente por la que creo que he hecho (o por la que he hecho, directamente, qué coño) todo lo que he podido, a los que les he dado todo lo que he tenido, y que ahora me responden con silencio y hasta con desdén. Si es que responden. Insultos, agresiones, comentarios que no puedes creerte que vengan de alguien que dice que una vez te quiso. Y por quien hiciste una vez todo lo que pudiste, y de corazón, porque sentías que sus problemas eran también los tuyos.

Nadie me echará de menos. Nadie se acordará de mí pasado un tiempo. Y está bien que así sea: no quiero que se cuelguen conmigo la medalla de la compasión, o incluso de la pena. Que se cuelguen, si acaso, la medalla de la vergüenza (aunque sé que ellos nunca lo verán así), la medalla del egoísmo, de quien sabía lo que estaba pasando y prefirió mirar hacia otro lado y no hacer nada. Solamente mirar. Y juzgar, cómo no. Y sacar conclusiones morales de todo esto.

Todo, menos ayudar.


El domador de leones



Creo que lo escribió Camus: los leones te respetan si eres el domador; y entras, chasqueas el látigo, los pones a desfilar... todo lo más, te rugen, pero te respetan, y es difícil que te ataquen. Pero intenta entrar en esa misma jaula si ese día tienes un leve corte en el dedo. Se echarán sobre ti, al olor de la sangre, te harán pedazos, se vengarán de pronto de todas las veces que hiciste chasquear el látigo. Porque han olido la debilidad, y han visto el color rojo de tu sangre, y tu miedo.

O, como decía el blues: nobody loves you when you´re down and out... nadie te quiere cuando estás jodido y fuera de juego.

Y así es la vida, o eso es lo que parece. No ha recibido nunca tantos insultos, tantas agresiones, tantas humillaciones desde que todo el mundo sabe que me he venido abajo, que sigo abajo, que me siento impotente para hacer ni la más mínima cosa. Incomprensión total, en el mejor de los casos. Cosas que dijiste con sinceridad (o como manera de pedir ayuda, en muchos casos) que ahora se te vuelven como puñaladas por la espalda o a degüello. Gente que querías, y en la que confiabas hasta hace un mes (dos meses, como mucho) y que ahora te hablan con tal desprecio, con tal dureza, con tal desinterés, que dudas si existieron realmente alguna vez, o fuiste tú el que quiso verlos de una manera que no fueron nunca.