sábado, 27 de septiembre de 2008

La vida empieza hoy


Olvídate de ayer. Deshazte para siempre de tus viejos prejuicios, de tus costumbres, de todos tus recuerdos, de lo que crees saber, de lo que está escondido -agazapado, como un tigre hambriento- en alguna parte de ti que no eres tú. Desnúdate del todo, quítate las máscaras, deja salir al niño que mataste y déjale que crezca, mira el mundo con los ojos de alguien que acaba de nacer, porque hoy todo es nuevo. Y ayer no existe ya. Confía en los que te quieren y quiérelos mejor tú también, cuídalos. Cuida también de cada segundo, de cada minuto, porque el tiempo es oro y porque has perdido ya demasiados años siguiendo un camino que no te llevaba a ninguna parte. Mírate al espejo y sorpréndete: te verás como si nunca te hubieras visto antes. Sonríe. Respira. Vive. Todo lo que ves es tuyo y es de todos. Siéntate a la mesa y disfruta. Porque te ha costado treinta y ocho años convertirte, por fin, en un recién nacido.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Rechazo

El rechazo ha estado ahí desde siempre. No recuerdo la época en que no sentí rechazo, la sensación (el estigma) de sentirme diferente, o como de otra familia. Indigno es la palabra. Y luego ese rechazo se fue enquistando en todo: en mi relación con los demás, en mí mismo, en mis temores y mis aspiraciones, en mi deformada visión de la realidad. Hasta llegar a un punto en que todo fue rechazo, en que el rechazo me ataba de pies y manos, me dirigía en lo que hacía y lo que pensaba... había rechazo en todo, incluso cuando no había ni un mínimo atisbo de rechazo, porque el rechazo era ya la única directriz con la que mi cabeza se regía y se guiaba. Un miedo íntimo que era mayor que todo, más fuerte que todo, una fuerza asesina, un cáncer que termina por devorarlo todo. Hasta que ya no soportas más rechazo, o decides tal vez que el rechazo es tan tuyo que lo primero y lo más urgente es decidirte a rechazarte a ti mismo.

martes, 23 de septiembre de 2008

Centro de gravedad permanente

Como dice la canción: lo que necesitaría es tener un centro de gravedad permanente. Un lenguaje propio, con el que poder entenderme conmigo y con el que poder responder a lo de fuera, sin depender nunca de las circunstancias o de mi estado de ánimo cambiante. Tener un centro, girar sobre ese centro, asomarme a lo de fuera sin temer caerme de cabeza al precipicio. Ser, en definitiva. No estar, simplemente, no cambiar tánto y con tánta frecuencia. Ser uno mismo, firme como una piedra, pero sensible a lo de alrededor. Saber ser y ceder, aprender de una vez a hacerme uno con lo que me rodea sin dejar de ser yo mismo. Lo de dentro y lo de fuera. Encontrar ese equilibrio que tan difícil me resulta obtener, y que parece ser la clave de todo. Un centro de gravedad permanente que no cambie lo que pienso de las cosas, de la gente, y que me deje también ser yo mismo, y uno de ellos. Tener, por fin, mi lugar en el mundo.


lunes, 22 de septiembre de 2008

Aislamiento

Llega un momento en que ya no queda nadie, ni queda nada tampoco a lo que aferrarse. Nadie comprende ni quiere comprender: cuando hasta uno está aburrido de sí mismo, poco sorprende que los demás lo estén también, y que te lo digan en voz alta en cuando pueden. No hay nadie al otro lado del teléfono, y te sientes tan ajeno a la vida de los otros que incluso pensar en eso (que hay una vida afuera, gente que viene y va, personas que una vez te quisieron, o te quieren, un futuro) ya no te dice nada. La casa misma se convierte en una jaula. Tu propia cara en el espejo es una mueca extraña que parece que te hace burla. Es el penúltimo día. Estás a un solo paso de caer al precipicio. Y ya no queda nadie, ni queda nada tampoco a lo que aferrarse.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Alcohol



Tengo una buena relación con el alcohol. No siempre ha sido así (cuando era jovencito, supongo que él y yo éramos todavía como dos nuevos amigos que no han acabado de cogerse la medida), pero hay que ser consciente de que el alcohol es un amigo y compañero peligroso, con el que nunca conviene confiarse. Hoy por hoy, al menos, nos llevamos bien. Yo respeto sus límites y él respeta y los míos. Y además da color a la grisura del día, y -no sé cómo expresarlo de otro modo, la verdad- me enfoca, me define, me hace reencontrarme con una una parte perdida de mí mismo que se queda a diario en los trajines de lo cotidiano, las frustraciones, los sueños que no serán, los sueños que tal vez sean, los lazos que atan y los lazos que aprisionan. No me convierte en una persona diferente, ni tampoco lo busco ni lo quiero, sino que me reencuentra con mi yo más yo. No porque me libere de las inhibiciones (esto se va perdiendo con la edad, mucho me temo) sino porque dibuja y repasa mis contornos, por lo normal difusos, borrosos, o inexistentes. Es una relación casi de amor, o tal vez sólo sea (como dijo Jim Morrison) un pacto de suicidio lento. Porque algo se pierde en cada trago, y algo se gana también. No es tanto un viaje a lo desconocido como un viaje de vuelta a lo conocido, a una parte mágica de la realidad que se pierde normalmente. La vuelta al yo.



lunes, 15 de septiembre de 2008

Recuperar la ilusión

Y esto de la ilusión, ¿dónde se compra? ¿Adónde encargo las ganas de vivir y la curiosidad por lo que no conozco? ¿Cómo hago para dejar de ver la vida como un pasillo que se estrecha y se estrecha, como un montón de puertas que se van cerrando hasta que ya, por fin, no queda ni una sola abierta en la que poder colarse? ¿Quién me traduce eso de "poner de mi parte" a este dolor sin fondo, que no me deja casi ni respirar? ¿Cómo hago para creer que sí, que existe ese mañana, ese pasado mañana, que es el hoy de tántos otros que viven en torno a mí? ¿Cómo me las apaño para reconciliarme con este paisaje árido y ruinoso en que me he convertido con el paso de los años? ¿Cómo se recupera la ilusión por las cosas? ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué es lo que falla en mí, que no soy capaz de ver que sí que hay un futuro, y que ese futuro me incluye a mí también?


domingo, 14 de septiembre de 2008

El fracaso de la soledad

La soledad es un fracaso, lo mires como lo mires. Es como haberte quedado sin dinero a mediados de mes, o como intentar cruzar el desierto y quedarte sin agua a la mitad. Estás solo porque no has sabido conservar a la gente que te quiso, o a los que en un momento u otro de tu vida te rodearon y te dieron su calor. Por eso cuesta tánto confesar que estás solo. Por orgullo, o quizá por amor propio, o porque, sencillamente, cuesta reconocer que no has sido lo suficientemente inteligente para prever lo que sería tu futuro. Es, en el fondo, la peor de las vergüenzas: eso que nunca somos capaces de confesar pero que, al no confesar ni aceptar ni reconocer, se va volviendo un cáncer que se alimenta a sí mismo. Un ciclo que se cierra en su principio. Un agujero que te engulle y te anula, hasta el punto de que la soledad termina siéndolo y ocupándolo todo. Incluido tú mismo. Tu día a día. Tu forma de pensar. La soledad te mata, lentamente pero sin piedad. Y lo peor de todo es que antes de matarte te roba lo poco que tienes, que es tu vida.