lunes, 30 de junio de 2008

El derrumbamiento


Nada de todo esto será igual en pocos meses. Te das cuenta y sientes miedo, aunque también una cierta inquietud por saber que, al final, podrás salir de aquí, de esta situación que se muerde la cola y que te tiene aprisionado hace años. Nada será lo mismo. Otra ciudad. Gente que ya no estará nunca más. Muchísimas cosas que cambiarán para siempre. Y, en medio de todo eso, te imaginas a ti mismo, con tus fantasmas de ahora (y del pasado, y de siempre) como único recuerdo -desvaido, descolorido, casi increíble para los demás- de ese pasado del que ya no queda nada: y te ves también, un poco patético, como único guardián de unas ruinas que ya nadie visita y a las que nadie le importan ya nada. Y no te apetece vivir ese futuro. Esa vida sin hilo ni argumento en la que nunca ha llevado nunca a nada y de la que, sin embargo, te han dejado las ruinas. Para que todos recuerden que existen. Para que tú vivas ahí, entre ellas. Donde cada pedrusco y cada forma te recuerdan a ese tiempo en que las cosas parecían tener sentido. Hace ya mucho tiempo. Antes, en realidad, de que todo esto empezara.


Gimme some truth

¿Llegamos a entendernos de verdad alguna vez? Me refiero a entendernos de verdad, profundamente. Ni siquiera sé si hablábamos el mismo idioma. Yo quería realidad, necesitaba realidad, no palabras ni dibujos ni sueños: vivía -como vivo- en mitad de un huracán, y un poco más de aire (o de humo, o de ilusiones) era casi lo último que quería y necesitaba. Tú venías de otro mundo: tu realidad era sólida, y por eso podías jugar a huir de ella y volver luego como si tal cosa. Te gustaba soñar, escaparte por un rato por ahí, sabiendo que al volver te encontrarías todo en orden, todo un pequeño mundo perfecto esperándote. A mí me faltaba el suelo. Y no es que fuera amargo o que no me gustara dejarme ir por ahí, contigo, y perderme también en tus ensoñaciones: pero sí es cierto que luego, al hacerse oscuro, cuando por fin llegaba la hora de volver a casa, yo no tenía dónde volver ni tenía tampoco dónde aterrizar. Y tú me veías desde abajo, volando, dando vueltas y vueltas, y entonces te sentías muy triste y muy impotente, y yo quizá más triste e impotente que tú, viéndote de vuelta y a salvo mientras yo me quedaba por ahí, perdido entre las nubes, como alguien que -por más que se esforzara- no podría nunca formar parte de tu vida más que en una parte pequeña y marginal. Y nada de esto que te digo es un reproche, ni quiero tampoco que lo entiendas así: eran dos lenguajes distintos, ya te digo, dos mundos diferentes. Lo pienso ahora y lo único que siento es vacío, y tristeza, y frustración, por nuestra propia ceguera: porque quizá el problema fuera simplemente ese, que no había forma humana de que nos entendiéramos. Y sé que tú sufrías cuando yo me quedaba por ahí revoloteando y sin poder bajar. Y sé también que te hubiera gustado que los dos subiéramos y bajáramos al cielo, los dos juntos, como si fuéramos las dos partes de un todo, que todo fuera perfecto, sin problemas nunca, todo felicidad. Pero yo no podía subir y bajar así, y en cada vuelo contigo -en realidad- perdía un trocito más de lo poco que me ataba a ningún sitio. Hasta que, por fin, llegó un día en que tú volviste a tus cosas, a tu mundo, a tu orden, y yo me quedé arriba, revoloteando en mitad del caos. Como sigo ahora. Buscando desde arriba (desde ninguna parte), desesperado, un trocito de suelo, un pequeño zócalo aunque sea, un rinconcito, un lugar en el mundo donde poder poner el pie y vivir en paz. Un trocito de mundo donde no estorbe a nadie, donde -si hay alguien más- me acoja y me acompañe (como yo lo acogeré y lo acompañaré), donde no me lleguen los gritos de los pájaros ni el runrún agobiante de la vida de los otros. Un sitio, sólo eso, donde poder aterrizar, ya para siempre.

sábado, 28 de junio de 2008

El final del viaje

No ha sido un viaje largo, ni especialmente corto. Ni ha estado tan lleno de cosas desagradables: en realidad, mucho de lo que ha habido ha estado no sólo bien, sino que muy bien. Ha habido buena gente con la que caminar (y también de los otros, de los que hacen que llueva y el suelo enseguida se llene de charcos). He visto muchas cosas que nadie verá nunca. He disfrutado mucho. Podría haber sido mejor... pero la mochila que llevaba era tan grande, pesaba tánto, y me daba también tánto miedo deshacerme de ella o dejarla de lado (a dónde iba a ir yo sin mi mochila?) No ha sido, desde luego, un camino de espinas: se parece más a una fiesta que se acaba, porque los invitados van pasando al salón a beberse sus copas y fumarse sus puros y a hablar de cosas serias, y tú no estás invitado (ni serías capaz tampoco de ponerte, entre ellos, a discutir de la vida con mayúsculas).

El viaje termina, como termina todo. Hay quien se baja del tren al final de un larguísimo trayecto y quien prefiere bajarse en las primeras estaciones. Y, al bajarse del tren, lo que no se conoce: una extensión de campo y de cielo sín márgenes, amarillo y azul. Los dos colores en qu ese reumen todo: los colores que han sido la historia misma de mi vida. El fin de nuestro viaje. Ya podemos -por fin!-liberarnos de los mapas y salir ahí afuera, a lo desconocido.

Donde sopla aire fresco, y apetece.

viernes, 27 de junio de 2008

Could it be borderline personality disorder?

Un video (en inglés) donde dan información general y consejos para las personas que tienen a alguien con TLP en su vida...

jueves, 26 de junio de 2008

Respira



Respira para hacer que yo respire.

Como una planta seca

Quizá el problema (el error, el imposible) sea empeñarse ahora en recobrar la más mínima ilusión. Ahora es el momento, más bien, de recogerse, de dejarse vivir, y dejar pasar los días como si uno fuera ese juguete roto que ve pasar la vida desde el fondo del escaparate. Ya lo hice una vez, y funcionó: me levantaba y me daba cuerda, y el resto del día eran horas vacías que se llenaban con las mismas horas. No intentaba pelear. No había nada tampoco por lo que pelear. Pero no había sufrimiento, por lo menos: las cosas de los otros te traían y te llevaban, y terminabas viéndolos a todos como a bichitos curiosos que coexistían contigo por ahí, sin mucho molestar, sin aportarte tampoco demasiado. Y de esa indiferencia acabó surgiendo algo, lo que sólo un poco antes te parecía imposible. Renaciste, aunque fuera para morir otra vez. Esta vez, cuando renazcas -si es que eso pasa por fin- ponte un traje de astronauta y una escafandra bien grande, y asegúrate de que vas bien armado antes de exponerte salir a la calle. Por lo demás, no hagas nada ahora: hiberna, mira las cosas desde fuera, ve dejando que todo lo que tiene que irse se escape lentamente por el sumidero y luego echa un buen vaso de desatascador. Que se limpie todo, por dentro y por fuera. Que otros tomen por ti las decisiones. Que todo pase. Sin prisas. Pero ya.

La rabia no vende

Deberías saberlo ya. Trabájate la pena, o intenta ser más pasivo, no decir lo que piensas, ni que sepa tu mano derecha qué da -o cuánto da, o a quién da- tu mano izquierda. No pierdas la paciencia ni aunque hables y hables, y repitas una y otra vez lo que quieres decir, y a nadie parezca interesarle un carajo, o nadie escuche, o te miren como si siempre repitieras lo mismo. Ensaya, si hace falta, la indiferencia... o hasta la sonrisa hipócrita. Desarrolla tu cinismo. Aprende a convertir las emociones en literatura, en bonitas palabras con las que acorazarte un jardín para ti solo, un invernadero donde convertirte tú mismo en invierno. Utiliza a los otros como figuración, según te venga bien, y sin que se den ni cuenta. Cónstruyete tu propio paraíso privado donde cada cual sea sólo una pieza de la vida que tú quieres para ti.

Aprende, coño.
Cuando es tan evidente que hasta el más idiota lo sabe hacer, y lo hace, y sobre eso se construye una vida.


Jugar al escondite

Tres días he aguantado en aquel sitio. Lo que, por supuesto, les viene de perlas a todos los que dicen "no aguantas nada en ningún sitio" o "no pones nada de tu parte".

Si uno busca en el google El Seranil (Benajarafe) se encuentra, nada menos, con que es "un nuevo modelo de intervención psiquiátrica para el siglo XXI", además de toda una colección de bonitas fotografías que hacen pensar que aquello es poco menos que un hotel de cinco estrellas. Y es verdad que el recibidor y el pasillo principal son bastante aparentes. Pero ahí termina todo.

Llego el primer día (son 140 euros lo que te cobran por día, no es moco de pavo) y ni siquiera tengo cama: me colocan en una minisupletoria en una habitación con otros dos pacientes... un esquizofrénico profundo (que además, ronca como un caballo con rinitis) y un obsesivo compulsivo que habla solo y se despierta a las seis de la mañana y pone la tele a todo volumen (sobre la necesidad de poner televisión en las habitaciones de un sitio donde supuestamente vas a descansar... se me escapa). La habitación entera es bastante cutre: el baño no tiene cortina (mis dos compañeros no se han duchado en los tres días que he estado, pero yo he tenido que hacer verdaderas filigranas para no ponerlo todo a nado cada mañana) y tampoco ellos -que sí tienen algo parecido a una cama- tienen mesita de noche o luz propia. La forma de organizarse es coger sillas de plástico del jardín y poner encima lo que cada uno tenga (ropa -poca, porque no hay armarios y tienes que dejarla en una especie de control al llegar-, algún libro, lo que sea...)

Terapia como tal no la hay. O bueno, sí: terapia ocupacional. Hacer papel reciclado, cultivar un pequeño huerto, rellenar globos con jabón y pintarles una carita. Cosas así. Puede que haya gente allí que le hace bien eso: a mí me parece que he vuelto a preescolar y -peor- que me tratan como si hubiera vuelto a preescolar. Aparte de que a eso llega uno después de haber superado (es un decir) el rato del desayuno, que creo que merece que le dedique un parrafito aparte.

Para empezar, las habitaciones están cerradas toda la noche, de 12 a 8. Lo peor no es eso, sino que no hay botones ni timbre con que avisar al celador si uno se despierta en mitad de la noche o necesita algo (no quiero ni pensar qué podría suceder si alguna habitación sale ardiendo un día). A las 8, el ambiente recuerda a un cuartel, con celadores aporreando puertas y haciendo que le gente se levante y salga afuera en menos de cinco minutos. Salir afuera significa amontonarse en el patio que rodea la piscina. Porque aquello debió ser un hotel de esos de vacaciones que empezaron a verse en los años 50 ó 60 por la parte de la Axarquía, donde se quiso hacer una segunda costa del Sol pero en más pobretón, y esa es exactamente la pinta que tiene: el recibidor, las columnas de la entrada, una piscina con un patio pasado de moda de esos que se usaban para celebrar guateques y para la coronación de la reina de los juegos florales 1962. Ahí, en ese patio, amontonan a los pacientes durante más o menos media hora, hasta que les dejan pasar al comedor. El comedor es eso, el antiguo comedor del hotelito: es bastante amplio, pero como han quitado casi todas las mesas, hace falta hacer tres turnos para desayunos, comidas y cenas. La sensación que da es de caos, de desorden: mucho espacio vacío y gente por todas partes sin saber muy bien qué hacer. El resto de las pacientes -esperando su turno para desayunar- o se amontonan en dos esquinas donde les han puesto un par de filas de esas de aeropuerto con dos televisores (a toda potencia: Canal 40 Hispano y cosas así a las ocho y media de la mañana) o, directamente, se tumban sobre la barra (de lo que debió ser el bar) y se echan allí a dormir. Nadie controla nada (apenas dos enfermeros que tratan a los pacientes como lo que parecen ser: ganado que manejar de un sitio para otro).

Por las mañanas también te ve un psicólogo. Que te pregunta poco más que como estás, que te dice que ánimo, y que te advierte rápidamente que lo mejor es que te vea tu psiquiatra al día siguiente. En total, diez minutos de visita (como mucho). Pero el psiquiatra (al que he visto dos veces) tampoco es que tarde mucho más en despacharte (el segundo día ya sí: cuando digo que me voy, me pide que me lo piense, y que incluso podemos ver lo de la cama supletoria cutre que me largaron el primer día) . Te dice además cosas como que "el TLP en sí mismo no es nada, es como decir estoy ansioso" y que habrá que ver qué tiene uno exactamente. Desde el principio piensas: no nos vamos a entender. Este tío ni sabe de qué va la cosa. Y estoy en sus manos.

Por la tarde, los pacientes vegetan o chapotean en la piscina o dan vueltas por la playa acompañados por un monitor (la mayoría de la gente tiene disfunciones serias, lo que hace te sientas todavía más bicho raro). Yo me las paso dormitando en mi cuarto (en parte, porque la medicación delirante que me han puesto son tres orfidales al día y un somnífero fuerte por las noches): pero no me quejo; es lo único parecido que encuentro a lo que he venido a buscar: un sitio donde recogerme, donde olvidarme de todo, donde descansar. Silencio (sin televisores tronando a todo trapo por todos los rincones), orden (sin pacientes dormidos sobre las barras de la cafetería ni peleándose a gritos sin que ningún celador se moleste en ver qué pasa), tranquilidad (un sitio donde perderse en el tiempo, y no donde cada día sea una prueba de paciencia y hasta de supervivencia).

Cosas que -te das cuenta- deberías poder tener (y de gratis total) en tu casa. Si alguien se preocupara, y si las cosas fueran medio normales. Pero yo ya noy yo ni mi casa es ya ni casa, como decía el otro. Ni los psiquiátricos (tal y como están: y este es privado, y caro) son sitios para gente como yo. O como tú.

¿Y ahora, qué?, me pregunto yo. ¿Y a dónde?

domingo, 22 de junio de 2008

Adiós a todo esto

Tómatelo así: adiós a todo esto. A un año de pesadilla, donde todo era mentira. Mentira la relación con tus padres, que hacían vida aparte y no se molestaban mucho por lo que estaba pasando. Mentira la relación con tu novia, sustentada en hora y media diaria de trivialidades por teléfono y poco más. Mentira lo de tus oposiciones, cuando no era más que un monstruo al que mirabas de reojo con respeto (como un Vitorino) pero al que nunca te atrevías a entrar a matar: demasiado toro para ti, probablemente (o ahora, por lo menos... no estabas preparado). Tómatelo así: en realidad no pierdes nada.

Y sí: luego todo se derrumbó (tú ya lo sabías: las mentiras no tienden precisamente a durar, y el desmoronamiento llega más pronto que tarde... ya sabías que todo esto era mentira -tienes ojos y oidos- y que todo esto se iba a desmoronar). No lo pases mal por algo que nació muerto: busca la vida, más allá de las palabras y de los gestos aspaventosos y vacuos. La vida. Lo que te demuestra que algo es real, y que merece la pena atarse a ello.

Y recuerda siempre que -como decía el otro, en la canción-: nunca es triste la verdad... lo que no tiene es remedio.


La enfermedad

"La enfermedad" es un recurso fácil, una etiqueta fácil, que tranquiliza las conciencias de la gente (de la buena gente, los que lo miran todo desde afuera, o desde arriba): estás enfermo, y, en ese sentido, nadie puede ayudarte. Es una cosa entre tú y tu enfermedad. Es una forma de decir que estás loco, que algo en tu cabeza no va bien. Y a los locos ni se les escucha (no más de cinco minutos) ni se les tiene en cuenta. Porque hay una parte de ellos que no es consciente de lo que está pasando: y así, su dolor es menos dolor; sus llamadas de auxilio, delirios de alguien que empieza a resultar ya demasiado pesado; sus actos, imprevisibles (por más que expliques que sólo intentas que te escuchen y te ayuden). A los locos se les acaba ignorando: es fácil convencerse de que nadie tiene la culpa de que estén locos. "Yo hice todo lo que pude, pero es que ya no sabía qué hacer por él", o "nadie podíamos hacer nada, porque es que el pobre estaba muy mal, y todo era imposible".


Mucho más jodido sería, para todos, aceptar que tal vez no esté loco. Sí poseído por los demonios desatados de la rabia... pero no son demonios que hayan surgido de ninguna parte. Son demonios que hemos creado entre todos (algunos, desde hace tiempo... otros, más recientemente). No soy un enfermo, pero sí una persona donde los demonios anidan fácilmente: pero, en realidad, muchos de esos demonios han venido de fuera. Gente que te ha hecho daño alegremente, irresponsablemente, y que ahora te cuelga la etiqueta de "enfermo" (aunque sabían que necesitabas paz, que los demonios se nstalan en ti con la misma facilidad con que un subidón de azúcar mata a un diabético... y sí, es un poco eso, atiborrar de pasteles a alguien que sabes que no tolera ni un mínimo de azúcar y después desentenderte, con algo parecido a un "pues si lo sabía, que no hubiera comido tánto").


Esto, nos guste o no, lo hemos hecho entre todos. Yo no vivo solo en este mundo, ni es ningún secreto que soy como soy y que tengo este tipo de limitaciones. Lo hemos hecho entre todos -así es como me siento- y yo soy poco más que el campo de batalla por donde todo el mundo ha pisoteado, para luego largarse, dejándolo todo hecho ruinas. Soy frágil, pero nadie ha querido verlo así (aunque todos lo sabían). Me afectan mucho las cosas (y nadie, al parecer, lo ha tenido en cuenta a la hora de hacer nada: a nadie le importan las consecuencias de nada, se trata sólo de hacer lo que a cada uno le apetece en su momento).


Un ejército de uno. Armado con una triste espadita de madera, contra doscientos o doscientos mil monstruos (orcos peludos y hambrientos de sangre) que van entrando y saliendo por tu vida, más bien usándote, pidiéndote cosas que saben de sobra que no puedes hacer y luego tirado como un trapo. Porque estás enfermo. Enfermo y terminal. Y nada de "yo me quedaré aquí, a tu lado". Jódete si estás mal. Nadie quiere un lisiado a su lado, o no uno con nombre y apellidos y un día a día tan difícil. Mucho más fácil desentenderse de todo, o decir "ve a terapia, que creo que lo necesitas, y a ver si allí pueden hacer algo por ti".



Tú no te curarás nunca

"Tú no te curarás nunca" le escucho decir a mi madre "porque no pones nada de tu parte y siempre le echas la culpa a los demás de todo".

Luego otra persona -a la que había ido a buscar porque necesitaba desesperadamente hablar con alguien- me viene a decir tres cuartos de lo mismo: "Siempre haces igual, contigo es imposible" Notas que le cansa estar conmigo, tener que aguantar todo esto. Cuando le explico que sólo buscaba a alguien con quien hablar, porque lo necesito, me dice que no tengo derecho a quejarme, "te sigo cogiendo el móvil, te respondo por el messenger". Te sigo tratando como a un igual: no te quejes.

Necesito perder de vista todo esto, sí. Aislarme en una burbuja de toda esta situación de dolor que no hace más generar más dolor y nadie que escuche, nadie a quien le importe realmente. Liarme la manta a la cabeza y no pensar que, en el fondo, me meten en un psiquiátrico para quitarme de en medio, para no tener que afrontar el problema. Tomármelo con egoísmo, como si fueran unas vacaciones. Y pensar de verdad en todos estos días de tantísimo dolor y tantísima decepción. Aprender la lección, de una vez por todas. No esperar que haya lo que no hay. No dejarme embaucar nunca más ni por las buenas intenciones de unos (que luego quedan traducidas en nada) ni por los lápices de colores de otro (que sólo sirven para que, al pasar la mano, descubras decepcionado que en realidad es un dibujo en blanco y negro).

Un artículo que creo que merece la pena descargarse


http://rapidshare.com/files/124162459/El_Trastorno_L_mite_de_Personalidad__Dr_Vicente_Caballo_.pdf.html

Un artículo sobre el TLP no sólo riguroso y concienzudo -pero a la vez muy informativo y ameno de leer- del Dr Vicente E Caballo de la Universidad de Granada, sino donde además se dan una serie de claves fundamentales sobre la descripción de la enfermedad (evolución histórica, causas), su evolución (incluyendo algunas de las partes más difíciles: cómo tratar con un TLP cuando uno no lo es) y su tratamiento (apuntando algunas de las terapias más recientes y las que parecen estar dando mejor resultado).

Sencillamente, imprescindible (tanto para enfermos, como para allegados y terapeutas). De lo mejorcito que se ha escrito sobre el tema hasta ahora...

sábado, 21 de junio de 2008

El agresor

El agresor, con los años, se ha hecho viejo y bobalicón. Te cuesta odiarle ahora: de hecho, lo miras y te parece casi imposible que una persona así -pequeñita, hipócrita, relamida-te haya podido hacer tanto daño. Incluso estás dispuesto a perdonarle: tú mismo te sientes un poco culpable a veces (algún psicólogo te ha dicho alguna vez que todo esto es una historia que tú mismo te has montado), porque crees que perdonándolo, y olvidándote de todo, conseguirás que todo esto termine. Como una pesadilla de la que puedes despertarte un día y hacer como si nada hubiera sucedido: los que antes eran malos y terribles, ahora son de pronto otra vez seres cercanos y queridos. Tu familia.

Pero entonces... un solo comentario. Una opinión. Una actitud. Una forma de hablar. Algo que te revuelve todo lo que hay por dentro, todo ese dolor que siempre estuvo ahí. Algo que te hace ver que nada ha cambiado en esa persona, por mucho que tú hayas expresado tu dolor, tu frustración, tu rabia. Algo que te hace más daño que si volvieras a revivir todo aquello, porque es como la evidencia de que ninguna justicia es posible (y el perdón es una forma de justicia), de que el agresor ni se siente agresor ni, probablemente, ha pensado nunca en cómo te sientes tú. El problema eres tú, te dice y te repite. Como si tú no hubieras vivido tú propia vida, cómo si no supieras de dónde viene todo. Y pides venganza, y te sientes rabioso, y cada pequeño paso que hayas podido dar durante meses, años... se convierte en nada: no eres más que eso, un niño cabreado que pide que le traten como cree que se merece. Un vacío que va alimentando se vacío, o la pescadilla que se muerde la cola.

Y el agresor te mira, como un caso imposible, y piensa a lo mejor en sus otros hijos -tan normales, tan correctos siempre- y te ve como lo que quiere verte: el perrito feo de la camada. El hijo que le salíó mal. El problemático.

Tú mismo terminas por verte de esa forma, y acabas odiándote. Mientras el agresor -ajeno a todo esto- vive su vida y se lo pasa en grande (veraneo, vacaciones de Navidad en la sierra) y le habla a otra gente de ti como un problema que, también lo cuenta, le está saliendo carísimo. Como el que tiene un hijo tonto.

Nos vendieron la vida

Nos vendieron la vida como un lugar de encuentro, de puertas que se abrían, de personas que libremente se encontraban. Como un camino largo donde cada cosa llevaba a la otra, donde existían las razones, donde los árboles crecían y uno podía por fin un día sentarse en una cómoda mecedora en el porche y reconocerse en lo que había alrededor. No nos contaron nada del caos que lo envuelve todo, de que no hay más razones que las del interés y la casualidad, de que es un sitio inhóspito y lúgubre y miserable, un lugar que no existe, más allá de la mentira, la traición y las dobleces. Nos dijeron que iba a ser un viaje largo y tranquilo. Y fructífero. Un paisaje pintado con primor y cariño, y cuidado hasta el detalle, donde cada cosa ocuparía su sitio. Una fiesta de amigos. Nos vendieron la vida como una aventura que merecía la pena ser vivida. Y, después de eso, y quién sabe cómo ni en qué momento ni por qué, se convirtió en un cuento de terror gótico. Caras raras, sombras, fantasmas, asesinos que te abordan con una sonrisa en mitad de las nieblas de la noche...

La gente te parece extraña cuando tú eres un extraño, y todas las caras son feas cuando estás solo.

Un abrazo que te abrace, un corazón que te acoja



Me parece fácil, y cómodo, decir "no me has dejado ninguna otra opción". Me parece egoísta dejar caer al que cae, mirando hacia otro lado, no queriendo ensuciarse con el espectáculo más bien feo de la caída. Me parece cruel decirle a alguien que ya no sabe qué más puede hacer "el primero que tienes que ayudarte eres tú mismo". Me parece hipócrita hacer como que se está, pero no estar. No tener un detalle ni un mal "qué necesitas", como dice la canción, y querer convencer y convencerse de que uno está haciendo todo lo que está en su mano. Me parece horrible (sórdido, insoportable) cómo funciona todo: cómo es el interés lo que lo mueve todo, cómo eres algo mientras se espera algo concreto de ti (y, mal que bien, lo cumples) y cómo te quedas más solo que la una cuando vienen los demonios, y te hundes, y miras alrededor y nunca -nunca- hay nadie.

Autolesiones

Nunca antes me había autolesionado. No cuento los intentos de suicidio con pastillas. Nunca antes me había cortado los brazos con un cúter, ni con un cuchilla cada vena que veía, intentando desangrarme. Ahora me siento horrible. Creo que he perdido la fe en todos y en todo, y hasta en que esta situación tenga algún desenlace que no sea la muerte. Hay una parte de mí que los demás no aceptarán nunca, y es una parte que creo que siempre estará ahí y que no puedo controlar. El final siempre es el mismo: el abandono. Y de ahí todo lo demás: el autodesprecio, la impotencia, la sensación de que todo está terminando siempre, y volviendo a empezar. Y a nadie le importa un carajo todo esto: cada vez tardan menos en dejar claro que "es tu puto problema". No duelen las cicatrices (tengo las manos y los brazos llenas), duele más la frustración de estar otra vez aquí, de tener que pasar otro día, otra semana. El tiempo se ha convertido en algo que uno no sabe muy bien qué hacer con él. Tener que seguir, la obligación de estar en un sitio donde quieres estar. Sin una mano de nadie que te ayude o se interese o se preocupe. Solo y dejado por todos, como el que no se merece otra cosa que lo que tiene: el abandono total. Todo eso duele mucho más que cortarse los brazos con un cúter o llenarse las muñecas y las manos con una cuchilla. Con esas cicatrices no puede uno.

jueves, 19 de junio de 2008

No siempre se puede conseguir lo que se quiere



No, no siempre se puede conseguir lo que se quiere.
Pero a poco que lo intentes, seguro que consigues lo que necesitas.


Recuperar aquello



¿De verdad es posible recuperar aquello...?
¿...Aquella sensación de que todo era nuestro y de que el mundo era un sitio vacío y sin decorar, un local vacío por estrenar, un escaparate que llenar de cosas...?

¿Es posible volver, y reencontrarse en el principio de una fiesta de fin de año, con mil chicas vestidas para la ocasión y barra libre? ¿Y pasarse toda la noche escuchando a Marvin, o a quien fuera, soñando con todo lo que íbamos a hacer por ahí?

¿Es posible aún recuperar aquel entusiasmo por las cosas, aquellas ganas de vivirlo todo?

La vida por delante, la vida alrededor


Qué asfixiante y qué horrible es esta sensación de que la vida siempre está en otra parte. La vida por delante. La vida alrededor. Un hombre que no pertenece a ningún sitio haciendo planes que no tienen que ver con ningún lugar en concreto... y para nadie. Cuando la vida es siempre la vida de los otros (que observas, criticas, envidias y desprecias al mismo tiempo, la vida que se va haciendo un pastel enorme al que nunca te dejan arrimar la cuchara). Tiempo que se vuelve contra uno, como grilletes. Días (meses, años) que pasan sin dejar más huella que la del círculo que se cierra en sí mismo. Viajes que no se harán, cosas que no veremos, citas a las que siempre faltará la otra mitad, una vida entera basada en un proyecto que no es más que eso: alguien que sueña con la vida, mientras la vida le pasa alrededor.

Lunar Park



Nunca llegaste a leer "Lunar Park", aunque ahí ya te contaban todo lo que iba a pasar. Cómo era yo. Y cómo es imposible que alguien como yo viva alguna vez mezclado con el resto de la gente, y en paz. Ahí hablaba del monstruo. Y hablaba de las cosas tal y como son: gente que ve monstruos y que no puede convivir con ellos y gente que tiene hijos y familia y una casa. Dos tipos de gente que nunca -aunque se quieran y lo intenten y se esfuercen y sufran por ello- podrán llegar a mezclarse y vivir juntos.

Visto desde ahora (y sólo ahora me doy cuenta yo), aquello fue un intento de acercarme, un amago -o más, un intento brutal- de sinceridad, de contarte las cosas tal y cómo se veían desde otro lado. Un hombre solo, un hogar (donde no falta nada para que la felicidad sea del todo completa), una mujer que le quiere... y una bestia invisible que ronda los pasillos, las habitaciones, y hasta los más íntimos rincones de su día a día.

No te gustó Lunar Park, y lo dejaste. No había finales felices, y el protagonista era un tío antipático, que buscaba bestias peludas y negras por entre los dormitorios donde jugaban los niños, y que no podía vivir sin la sospecha de que la bestia negra está ahí afuera, acechando, siempre.
Preferiste "La mujer del viajero en el tiempo". Donde se hablaba, en realidad de lo mismo, pero donde todo terminaba bien (o donde había pacientes esposas donde reconocerse). O quizá porque ese ir y venir constante del protagonista hacía olvidar (o hacía más digerible) la lección más cruel que nos da la vida: que los errores son irreparables. Y que no hay marcha atrás. Ni para los que dicen que viajan en el tiempo ni para los que persiguen bestias negras y peludas por los pasillos de una casa con niños.
Pero la vida, al fin y al cabo, se reduce a eso: puertas que se cierran. Mil posibilidades que acaban llevándote a una sola opción... y cuando abres la puerta, ves que a lo que conduce es a un cuarto oscuro, más bien estrecho, y sin ventilación, y atestado de chismes que hace ya tiempo deberías haber tirado.

Quiero pasarme el día sedado



Dormir todo el día. No tener que despertar y enfrentarme al problema de qué hacer las veinte horas siguientes. Moverme en esa otra realidad, donde lo grande se hace pequeño y lo pequeño grande, y donde tiempo y espacio son como los relojes chiclosos de Dalí...

Sí, quiero pasarme todo el puto día sedado.

Cómo sufrías por tu cordura...



Y creo que ahora entiendo
lo que intentabas decirme:
cómo sufrías por tu cordura
y cómo intentabas dejar salir todo lo que llevabas dentro...

Ellos no escuchaban. No sabían cómo hacerlo.
Quizá escuchen ahora.
Quizá no escucharán nunca.

Porque ellos no podían quererte
por más sincero que fuera tu amor,
y, cuando no quedaba ni un rastro de esperanza,
en aquella noche llena de estrellas
te quitaste la vida, como hacen a menudo los que están enamorados.


miércoles, 18 de junio de 2008

Otto Kernberg habla del TLP

Otto Kernberg, director del Instituto de Trastornos de Personalidad del Hospital de Nueva York, y uno de los científicos que más han aportado en identificar y tratar este cuadro.

"Los TLP son personas que han vivido presas por sus emociones, que no pueden controlar la angustia, que se autoagreden con cortes o intentos de suicidio y que viven sus relaciones entre el amor y el odio. Siempre parecen estar en los extremos y no logran estabilizarse. Padecen un trastorno de personalidad llamado "limítrofe" o "borderline", cada vez más diagnosticado en todo el mundo.

Corresponden a un tercio de todos los trastornos de personalidad. Lo sufre cerca del 15% de todos los pacientes que llegan a nuestras policlínicas, y un 2% de la población general".

Kernberg habla de dos descubrimientos que están dando esperanzas a las personas que sufren este trastorno.

Uno de ellos revela de qué manera el cerebro de los "borderline" funciona de un modo diferente al del común de las personas. "Ellos tienen una hiperactividad en la amígdala, que es la parte del cerebro que procesa los sentimientos negativos, como la rabia o la angustia". De ahí que estas personas procesen como negativas situaciones que no lo son o que sobrerreaccionen ante las que lo son. También, agrega Kernberg, presentan una inhibición primaria de la corteza prefrontal, que es la que controla y contextualiza las emociones.

Sin embargo -añade-, una determinada estructura cerebral no es por sí sola la explicación de este problema. Tiene que haber experiencias negativas en la más temprana infancia que gatillen este trastorno, para el cual habría, por cierto, una predisposición genética. Maltrato, abuso o negligencia de los padres pueden desencadenar esta estructura de personalidad.

Otto Kernberg ha demostrado en recientes investigaciones que es posible llegar a modificar estos rasgos de personalidad en forma más permanente. Lo hizo a través de la "psicoterapia basada en la transferencia" (TFP), que él ha desarrollado con base en la teoría psicoanalítica. Se trata de analizar al detalle, momento a momento, la relación que se da entre el terapeuta y el paciente, para que así este último vaya tomando conciencia de las distorsiones que se dan y cómo esto se relaciona con lo que él vive diariamente.

"Este tipo de terapia mejora la capacidad de comprender los estados mentales propios y de los demás. Es decir, mejora la capacidad de empatía y ayuda a adquirir conciencia de las propias motivaciones. Creemos que esta función reflexiva es la que puede tener importancia para lograr modificar la personalidad en el largo plazo", dice Kernberg.

Agrega que otras investigaciones que han seguido a pacientes durante 20 años o más han mostrado que "si bien ellos ya no presentan síntomas angustiosos ni depresivos, y parecen haberse tranquilizado, siguen estando aislados. No se casan y no progresan en sus trabajos, pese a ser inteligentes. Llevan una vida mediocre, sin chispa, y dan la impresión de una personalidad que no se ha desarrollado. Por eso, creemos que hay buenas razones para seguir buscando tratamientos que no sólo mejoren los síntomas".

Eras... mientras eras

Los TLP somos caprichosos. Tendemos a la relaciones totalitarias: ponemos toda la carne en el asador de la relación que estamos teniendo en el momento. Es un síntoma, dicen. Una señal de nuestra enfermedad.

Lo desconcertante llega cuando esas señales nos llegan del otro lado: gente supuestamente "sana" para la que -literalmente, si se trata de antiguas parejas o de relaciones intensas- lo mismo te prometen la luna que dejan de existir o desapacen en cuestión de días. Gente supuestamente sana que pasa sin transición del "te quiero con locura" al "no existo para ti". Y estas son las personas "centradas", pero... ¿Se imaginan siquiera el daño que nos hacen a nosotros que -con o sin ellos: la relacion sentimental no suele ser lo primordial- nos miramos en ellos , como referencia, como espejo de "una relación sana"? Y casi más inquietante: ¿es que les importa todo un carajo, con tal de que "todo vuelva a la normalidad"?

Necesitamos un espejo donde mirarnos y el espejo donde nos miramos está tan turbio y desenfocado como nosotros mismos.


martes, 17 de junio de 2008

Ternura



¿Qué quieres que haga?
La mayoría de lo que dices es verdad...
ya veo que es como si pudieras ver a través de mí...
pero no hay ni rastro de ternura
por debajo de tu sinceridad.

Lo que está bien y está mal
nunca nos ayudó a llevarnos bien...
y tú dices que te preocupas por mí
pero no hay ni rastro de ternura
por debajo de tu sinceridad.

Tú yo éramos buenos amigos...
¿qué prisa tienes?
Tú y yo podríamos arreglar esto,
eso no me preocupa.

Ay, la sinceridad...
qué pérdida de energía.

No hace falta que me mientas:
dame sólo un poquito de ternura
por debajo de tu sinceridad.

Dame sólo un poquito de ternura....

Te Ele Pe

TLP.
Trastorno límite de la personalidad.

Cada uno de los tres términos ofende, margina, aísla, te convierte en un bicho raro a los ojos de los otros, de los "normales".

Trastorno: dile a alguien que padeces un trastorno y desde ese momento te aseguro que empezará a verte como una persona trastornada. Con todo lo que eso supone: poco de fiar, irracional casi. Un pobre ser, apenas. Y empezará a mirarte por encima del hombro (los débiles y los fuertes: Nietzsche no hizo más que poner el dedo en la llaga).

Pero háblale a quien sea de un Trastorno Límite. Y entonces te cerrará la puerta, se esconderá de ti, empezará a temer que en cualquier momento pierdas el control de ti mismo y empieces a hacer cosas peligrosas (para él y para ti mismo). Le contará a las cámaras de televisión que "yo siempre supe que había algo raro ahí".

O cuéntale por fin que es un Trastorno Límite de la Personalidad. Entonces ya no eres nada, ni nadie. Un pobre loco. Con una personalidad que no distingue realidad de fantasía. Un pobre juguete roto.Y casi peor el término ingles borderline, que empieza a utilizarse ya como sinónimo de tarado, sin más (en la serie "Aída", por ejemplo, o en foros como Putalocura, donde es insulto frecuente).

¡Mierda de nombre que nos margina y nos convierte en cosas, y no en personas con un problema! ¡Mierda de conciencia social que asocia enfermedad con limitación!

Carry that weight

Al cuarto día ya eres sólo eso, un peso muerto, una rémora, un coñazo ("siempre quejándote de los mismos problemas y de las mismas cosas") . Le has escrito un mail en donde le contabas lo mal que te sentías (ella, que hasta hace dos días te decía que eras "el centro de su vida") y te contesta que sí, que por supuesto puedes contar con ella para lo que sea, que hará todo lo que esté en su mano, que no te importe si tienes que pedir lo que sea. Diez minutos después te la encuentras en el messenger y la saludas, y habláis, y le cuentas (otra vez) lo mal que va todo. Y ella te responde con monosílabos, con iconitos, con trivialidades. Una respuesta suya (tarde y mal) por cada cinco frases tuyas. Lo típico de alguien que está en otra cosa, alguien que en el fondo no te escucha, que le interesa más otra conversación. Se lo dices. Al principio, lo niega: no estoy haciendo nada, sigue, sigue, me importa, me interesa. Y sigues un rato. Y ves que es lo mismo: vuelves a decirle que tal vez entras en un mal momento, que igual ella estaba en otra cosa, o tiene otra conversación abierta. Y sí, te dice. O bueno, no, te responde: en realidad no es nada, es sólo fulanita, que me está contando lo que vamos a hacer para celebrar el cumpleaños de no sé quién.

Y tú ahí, al otro lado, muriéndote.

Eso sí, ella se ha puesto como firma del messenger una frase donde le quede muy claro a todo el mundo que lo habéis dejado, y lo mal que lo está pasando.


Nadie escucha


Hablas y hablas y hablas. Pides ayuda. Te expresas. Vuelves a contar lo que ya has contado tántas veces. Llamas por teléfono. Insistes en que necesitas que alguien te eche una mano.


Pero no te das cuenta de que todo es inútil, porque ya no eres uno de ellos. Sólo un incordio. Un juguete roto que ya nadie quiere.


Y sigues gritando.


Sentí acercarse al monstruo

Sentí acercarse al monstruo. Lo reconocí desde antes que llegara, por su aliento corrompido y sus gruñidos y sus pisadas firmes y seguras, las pisadas de alguien que sabe a por quién viene. Lo vi acercarse y corrí a mi cabaña, a por un arma, o a por un refugio donde poder estar cuando el monstruo llegara por fin. Pedí ayuda: los vecinos me miraban extrañados. Me decían "aquí no hay monstruos". O "no te preocupes, que no va a pasar nada: este es un sitio seguro". Pero yo sabía que el monstruo se acercaba, y que cada día era un día menos, aunque me contaran que eran un día más y que debía disfrutar del momento. A pesar del silencio y la calma, y hasta la música que se oía a veces desde las ventanas de las casas de los vecinos. El monstruo se acercaba, y yo estaba aterrado. Descontaba las horas que me quedaban de felicidad, las horas que faltaban para que el monstruo por fin apareciera. Me miraba al espejo, con la escopeta en ristre y mi mirada más amenazadora, y a veces me sentía capaz de afrontarlo: pero me llegaba de nuevo su olor, oía sus pisadas, presentía sus ojos fríos, escrutadores, implacables, y me rendía ante la evidencia de que -cuando el por fin apareciera- yo no tendría ninguna oportunidad con él. Maldije por no haber sabido construirme una cabaña más fuerte y más segura. Miré mi escopeta y me pareció poco menos que un juguete, con el que no podría ni enfrentarme a los saltitos burlones de un conejo. El monstruo se acercaba...



Cuando por fin llegó, salí a recibirlo y me dejé engullir, sin oponer ninguna resistencia. Vi tan inevitable que el monstruo me tragara que lo que hice fue dejarme tragar. Mansamente y con resignación. Como el que da la bienvenida a un viejo amigo.

lunes, 16 de junio de 2008

Fase de negación

La eterna pregunta: ¿soy o no soy yo...?

Las personas con una personalidad límite (sobre todo, mujeres, aunque esta trastorno se estima que afecta a un 2% de la población), son inestables en la percepción de su propia imagen, en su humor, en su comportamiento y en sus relaciones personales (a menudo tormentosas e intensas). La personalidad límite se hace evidente al principio de la edad adulta pero disminuye con la edad. Estas personas han sido a menudo privadas de los cuidados necesarios durante la niñez. Consecuentemente se sienten vacías, furiosas y merecedoras de cuidados.

Cuando las personas con una trastorno de personalidad límite se sienten cuidadas, se muestran solitarias y desvalidas, frecuentemente necesitando ayuda por su depresión, el abuso de sustancias tóxicas, las alteraciones del apetito y el maltrato recibido en el pasado. Sin embargo, cuando temen el abandono de la persona que las cuida, su humor cambia de modo radical. Con frecuencia muestran una cólera inapropiada e intensa, acompañada por cambios extremos en su visión del mundo, de sí mismas y de otras (cambiando del negro al blanco, del amor al odio o viceversa pero nunca a una posición neutra). Si se sienten abandonadas y solas pueden llegar a preguntarse si realmente existen (esto es, no se sienten reales). Pueden devenir desesperadamente impulsivas, implicándose en una promiscuidad o en un abuso de sustancias tóxicas. A veces pierden de tal modo el contacto con la realidad que tienen episodios breves de pensamiento psicótico, paranoia y alucinaciones.

Estas personas son vistas a menudo por los médicos de atención primaria; tienden a visitar con frecuencia al médico por crisis repetidas o quejas difusas pero no cumplen con las recomendaciones del tratamiento. Este trastorno es también el más frecuentemente tratado por los psiquiatras, porque las personas que lo presentan buscan incesantemente a alguien que cuide de ellas.


Sinceridad


¿Hubieran sido las cosas diferentes de poder decirle abiertamente (a ella, a las demás) "estoy enfermo, y me pasa esto, y hay ciertas cosas que no puedo hacer"?

No lo sé.
Sí sé que asusta: da miedo confesar esa debilidad, esa enfermedad, esa tara. Tampoco ayuda mucho que, las consecuencias, a la larga, sean peores. Cuando llega el final, el dolor ya casi no deja ver cómo podría haberse solucionado esto, y es como un gran agujero que te engulle.

Y es entonces, ya digo (después de la tormenta), cuando por fin reflexionas y piensas: "¿No hubiera sido mejor si...?"


Sinceridad: qué bonita palabra... pero todo el mundo miente tánto.
Sinceridad: es lo que casi nunca encuentra uno, y, básicamente, lo que necesito de ti.


domingo, 15 de junio de 2008

Estoy enfermo


Me ha costado aceptarlo, pero por fin lo veo claro (aunque el precio a pagar ha sido alto).

Estoy enfermo.

Y estoy enfermo de la vista: veo a los otros de una forma que no es la correcta, no los veo como son, ni me veo a mí mismo tampoco en el espejo de la forma en que el espejo me refleja.

También estoy enfermo del estómago: siempre tengo hambre. Hambre de amor, hambre de apoyo (hasta límites que rozan lo delirante), hambre de ser yo mismo de una vez por todas sin dejar de ser quien soy (se me olvidó decir que sufro también de una enfermedad que tiene que ver con los diccionarios: el miedo a que, al cambiar la definición, el término definido deje de ser lo que es).

Mi rabia permanente (que tantísimas veces he confundido con eso tan bien publicitado de la rebeldía, más o menos juvenil), mis dudas sobre todo y sobre todos (que tantísimas veces he llamado "juicio crítico" sin saber que, en el fondo, no es más que mi inadaptación, o mi incapacidad pura y dura para aceptar la realidad como es), mis cambios de opinión (que tanto desorientan y aburren), mis cambios de planes, mis cambios de carácter... Mi enfermedad no se llama falta de estabilidad. Pero bien podría llamarse. Porque soy como un barquito hecho de tablones y dos remos en mitad de la tempestad atlántica. O como un pajarillo en mitad de la tormenta, pérdido en un páramo donde no se ve ni un árbol. O como una vela encendida en mitad del vendaval. Cada uno tiene su propia lírica y también su propia metáfora de la cosa. Siempre fragilidad. Provisionalidad. Inconsistencia.

Hoy lo he aceptado. Y creo que hoy también he empezado a aceptarme. El precio a pagar, ya digo, ha sido alto (perder, por segunda vez, al gran amor de mi vida). Y va a ser difícil. Y largo. E ingrato, porque habrá muchos escollos que salvar. Pero prefiero pensar que lo que hago, abriendo este blog, es haber puesto la primera piedra de algo.

Me llamo Berbel y sí, soy borderline.
Sufro Trastorno Límite de Personalidad.