jueves, 9 de octubre de 2008

Un árbol en la cabeza

Me han contado que hubo un hombre, una vez, al que le creció un árbol en la cabeza. Al principio era sólo musgo, luego fueron saliéndole del pelo como unas ramas, y después una especie de arbusto, hasta que el tallo fue tomando forma y el árbol fue haciéndose más fuerte. A medida que ese árbol crecía, el hombre se iba enterrando poco a poco en el suelo, hasta desaparecer por completo bajo el suelo. El árbol llegó a ser alto como el más alto de los abetos, fuerte, frondoso. Un árbol que llamaba la atención desde lejos.

Muchos años después, escarbando el terreno para construir un parque natural en torno a aquel árbol centenario y famosísimo, alguien encontró -justo al pie de las raíces, a cuatro cinco metros bajo tierra- unos restos humanos. El cráneo parecía parte de las raíces, de tan imbricado que estaba con ellas. Pero eran restos humanos, y las autoridades mandado retirarlas para darles mejor sepultura. Así que se llevaron los huesos de allí.

En pocos días, dicen, el árbol se secó. El tronco, poco a poco, se fue pudriendo y tuvieron que acabar por talarlo.

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