
Muchos años después, escarbando el terreno para construir un parque natural en torno a aquel árbol centenario y famosísimo, alguien encontró -justo al pie de las raíces, a cuatro cinco metros bajo tierra- unos restos humanos. El cráneo parecía parte de las raíces, de tan imbricado que estaba con ellas. Pero eran restos humanos, y las autoridades mandado retirarlas para darles mejor sepultura. Así que se llevaron los huesos de allí.
En pocos días, dicen, el árbol se secó. El tronco, poco a poco, se fue pudriendo y tuvieron que acabar por talarlo.
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