
Olvídate de ayer. Deshazte para siempre de tus viejos prejuicios, de tus costumbres, de todos tus recuerdos, de lo que crees saber, de lo que está escondido -agazapado, como un tigre hambriento- en alguna parte de ti que no eres tú. Desnúdate del todo, quítate las máscaras, deja salir al niño que mataste y déjale que crezca, mira el mundo con los ojos de alguien que acaba de nacer, porque hoy todo es nuevo. Y ayer no existe ya. Confía en los que te quieren y quiérelos mejor tú también, cuídalos. Cuida también de cada segundo, de cada minuto, porque el tiempo es oro y porque has perdido ya demasiados años siguiendo un camino que no te llevaba a ninguna parte. Mírate al espejo y sorpréndete: te verás como si nunca te hubieras visto antes. Sonríe. Respira. Vive. Todo lo que ves es tuyo y es de todos. Siéntate a la mesa y disfruta. Porque te ha costado treinta y ocho años convertirte, por fin, en un recién nacido.