viernes, 11 de julio de 2008

La familia y uno menos

No es sólo que uno venga de una familia completamente disfuncional: es que ese es el origen de todo. En eso -me imagino- no soy muy diferente del resto de la gente: mi forma de ver el mundo empezó en esa familia. Aunque en mi caso me enseñaron más bien poco, o nada que pudiera servirme para nada, excepto a autodestruirme y a sentirme (desde que me acuerdo) un bicho raro, sin sitio en este mundo, alguien que tenía que demostrar continuamente que merecía ser querido y aceptado. Y eso es lo que he hecho: pasearme por la vida intentando obligar a la gente a que me aceptara y que me quisiera, forzándolos siempre hasta el límite lógico y razonable del abandono.

Después he querido personalizar, y he culpado a mi madre injustamente de muchísimas cosas: es verdad que nunca me sentí querido y que ella (que tampoco es que sea una lumbrera y bastantes problemas tenía ya, me imagino) prefería a los hijos menos problemáticos, y a mi me evitaba porque evitaba las complicaciones: supongo que era eso, evitación, más que rechazo. Pero fueron todos: un padre al que nunca le ha importado nada nadie, un abuelo autoritario que hoy parecería sacado de un daguerrotipo y que ocupaba el lugar de mi padre... poco dinero, poca estabilidad, y siempre esa sensación como de ser un intruso, como de no encontrar nunca un sitio donde uno fuera acogido, bienvenido, querido.

Así es como aprendí (y como me enseñaron) a ir viéndome a mi mismo, y así es como empecé a condicionar mi vida, a limitarme, a autodestruirme. Son ya treinta y muchos años. Y es un comportamiento que se ha enquistado ahí, que sé cómo funciona (y hasta de dónde viene) pero del que no consigo deshacerme. Me ha marcado tanto que a mis relaciones he intentado siempre (y es una conducta que no me hace mejor, precisamente, ni me ha traído nunca nada más que soledad) hacerlas romper lazos con sus propias familias, un poco por el dolor que me pudiera causar verlas disfrutar de algo de lo que yo nunca había disfrutado, un poco por poder sentirme igual a ellas, y no inferior en nada, ni un bicho raro, ni una especie de huérfano que nadie sabe muy bien de dónde sale. Porque me dolía la normalidad de esas familias, y me sentía también estigmatizado por no tener yo una con quien poder pasar las navidades o en quien poder confiar si había problemas. Siempre he intentado -casi he necesitado- que mis relaciones "de igual a igual" con la gente (parejas, me refiero) pasaran por rebajar el nivel de ellas en las que cosas en que yo no podía subir, o en aspectos como este, en el que yo me sentía tan jodido.

Lo raro, al mismo tiempo, es que deseaba tener una familia (no sólo con ellas, que obviamente también, sino con la mía propia, a la que nunca he dejado de acercarme y rechazar al mismo tiempo... como, en el fondo, hago con todo el mundo). También me parecía una especie de estafa que esa familia mía, tan disfuncional, con el paso de los años (y muerto mi abuelo,que lo malquistaba todo) hubiera conseguido algo parecido a una dinámica familiar normal, de la que, por supuesto, yo me había quedado fuera (en gran parte, porque ya no podía -puedo- relacionarme con ninguno de ellos si no era a través de la rabia y del resentimiento: porque esta cosa que me jode la vida nació precisamente allí, y parece que a nadie le importa ya ni se acuerda, ni a mi me ayuda nada su normalidad y su razonable felicidad de ahora). Lo único que puedo pensar cuando los veo es "¿Por qué yo? ¿por qué ha tenido que tocarme esto a mí". ¿Por que mis hermanos llevan vidas normales, y han tenido vidas parecidas a todos, y avanzan, y crean vínculos, y tienen su sitio en el mundo, mientras que yo parezco condenado a volver siempre a lo mismo, a la misma casilla de salida de siempre?

Quizá porque yo era (o eso parece ahora, tal y como luego ha venido todo) el único sensible al ambiente tan raro que se vivía en esa casa. Esa rareza (y esa hipersensibilidad a las ofensas y el rechazo que muchas veces llega ya hasta el delirio) que luego he asimilado a todas las demás facetas de mi vida, hasta sentirme en todo como me sentí desde el principio con ellos: el perrito negro de la camada, el raro. El que no encaja nunca en ninguna parte.

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