lunes, 21 de julio de 2008

Rutina

He empezado desde hoy mismo a imponerme una rutina. El año pasado (siempre en verano, siempre los mismos ciclos que se repiten una y otra vez) fue la rutina la que me salvó, la que me fue poniendo a salvo de la tormenta... aunque después yo solo volviera a meterme de cabeza en ella, ciega, irresponsablemente. La rutina te libra de las horas vacías y de los pensamientos, los buenos y los malos. Te convierte en un muñeco de cuerda: como dice el protagonista de "Tokyo Blues", te levantas y te das cuerda a ti mismo y así te obligas a ir pasando el día. Es como atiborrarse de pastillas para pasarte durmiendo noche y día cuando se te han acabado las pastillas. No cura (y en eso, y yo lo sé por experiencia, se equivocan todos los que te dicen: "...lo que tienes que hacer es buscarte algo con lo que entretenerte..."), no te hace madurar, ni aprender. Sólo añade tiempo. Y el tiempo siempre acaba por hacerlo todo más y más pequeño, casi insignificante, ridículo. Pero todo esá ahí, si sabes acercar el microscopio y rebuscar en las viejas heridas. La rutina, en realidad, es una trampa que nos tenemos que hacer a nosotros mismos para hacernos a la idea de que ni es aquí ni ahora. De que no hay tiempo. De que otro -que ni siente ni padece: el suplente- está haciendo por nosotros ese trabajo sucio que hoy por hoy es vivir nuestra vida.

No hay comentarios: