viernes, 4 de julio de 2008

Perder el control

Lo contrario del control no es el caos. O, al menos, no para mí: lo contrario del control es, simplemente, la muerte. Ser traido y llevado por fuerzas y emociones que no dependen de mí, que me poseen como íncubos malignos, como demonios que no hay forma humana de exorcizar o echar fuera de mí. Es como verse arrancado de pronto de la superficie del mundo, o de la vida, y llevado hasta el vórtice de un tornado salvaje, que primero te agita y te revuelve y te sube y te baja y después te deja caer violentamente. Cuando pierdo el control, lo pierdo todo: los amigos se van, los amores te dejan, la familia se asuste y huye, o decide internarte en un psiquiátrico. Y a ti sólo te queda ver lo que está pasando, un poco desde dentro y desde fuera a la vez, porque no eres tú quien vive en realidad todo eso, estás siendo vivido. Es otro el que decide, otro el que actúa por ti, el que intenta destruirte usurpando tu propia voz, tus manos, tu cabeza. Lo contrario del control no es el caos, porque en el caos es posible vivir. El caos, en realidad, es una forma de orden, un estado apacible, si lo comparamos con esa caída de lo más alto a la nada, o incluso a lo que hay más allá de la nada, que es para mí la pérdida del control. Cuando soy otro, y los demás ni siquiera lo saben. Cuando pido ayuda y lo hago gritando, insultando, agrediendo. Cuando la rabia (que no es realidad más que la voz de ese yo cautivo que no quiere dejarse estrangular por el otro) es lo único que ven los que miran desde fuera, y se espantan. No estoy loco. Es sólo que he perdido el control. Pero explícaselo a ellos: a los que ya se han ido, a los que quieren irse, a los que llegarán para luego abandonarme.

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