martes, 17 de junio de 2008

Carry that weight

Al cuarto día ya eres sólo eso, un peso muerto, una rémora, un coñazo ("siempre quejándote de los mismos problemas y de las mismas cosas") . Le has escrito un mail en donde le contabas lo mal que te sentías (ella, que hasta hace dos días te decía que eras "el centro de su vida") y te contesta que sí, que por supuesto puedes contar con ella para lo que sea, que hará todo lo que esté en su mano, que no te importe si tienes que pedir lo que sea. Diez minutos después te la encuentras en el messenger y la saludas, y habláis, y le cuentas (otra vez) lo mal que va todo. Y ella te responde con monosílabos, con iconitos, con trivialidades. Una respuesta suya (tarde y mal) por cada cinco frases tuyas. Lo típico de alguien que está en otra cosa, alguien que en el fondo no te escucha, que le interesa más otra conversación. Se lo dices. Al principio, lo niega: no estoy haciendo nada, sigue, sigue, me importa, me interesa. Y sigues un rato. Y ves que es lo mismo: vuelves a decirle que tal vez entras en un mal momento, que igual ella estaba en otra cosa, o tiene otra conversación abierta. Y sí, te dice. O bueno, no, te responde: en realidad no es nada, es sólo fulanita, que me está contando lo que vamos a hacer para celebrar el cumpleaños de no sé quién.

Y tú ahí, al otro lado, muriéndote.

Eso sí, ella se ha puesto como firma del messenger una frase donde le quede muy claro a todo el mundo que lo habéis dejado, y lo mal que lo está pasando.


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