domingo, 22 de junio de 2008

La enfermedad

"La enfermedad" es un recurso fácil, una etiqueta fácil, que tranquiliza las conciencias de la gente (de la buena gente, los que lo miran todo desde afuera, o desde arriba): estás enfermo, y, en ese sentido, nadie puede ayudarte. Es una cosa entre tú y tu enfermedad. Es una forma de decir que estás loco, que algo en tu cabeza no va bien. Y a los locos ni se les escucha (no más de cinco minutos) ni se les tiene en cuenta. Porque hay una parte de ellos que no es consciente de lo que está pasando: y así, su dolor es menos dolor; sus llamadas de auxilio, delirios de alguien que empieza a resultar ya demasiado pesado; sus actos, imprevisibles (por más que expliques que sólo intentas que te escuchen y te ayuden). A los locos se les acaba ignorando: es fácil convencerse de que nadie tiene la culpa de que estén locos. "Yo hice todo lo que pude, pero es que ya no sabía qué hacer por él", o "nadie podíamos hacer nada, porque es que el pobre estaba muy mal, y todo era imposible".


Mucho más jodido sería, para todos, aceptar que tal vez no esté loco. Sí poseído por los demonios desatados de la rabia... pero no son demonios que hayan surgido de ninguna parte. Son demonios que hemos creado entre todos (algunos, desde hace tiempo... otros, más recientemente). No soy un enfermo, pero sí una persona donde los demonios anidan fácilmente: pero, en realidad, muchos de esos demonios han venido de fuera. Gente que te ha hecho daño alegremente, irresponsablemente, y que ahora te cuelga la etiqueta de "enfermo" (aunque sabían que necesitabas paz, que los demonios se nstalan en ti con la misma facilidad con que un subidón de azúcar mata a un diabético... y sí, es un poco eso, atiborrar de pasteles a alguien que sabes que no tolera ni un mínimo de azúcar y después desentenderte, con algo parecido a un "pues si lo sabía, que no hubiera comido tánto").


Esto, nos guste o no, lo hemos hecho entre todos. Yo no vivo solo en este mundo, ni es ningún secreto que soy como soy y que tengo este tipo de limitaciones. Lo hemos hecho entre todos -así es como me siento- y yo soy poco más que el campo de batalla por donde todo el mundo ha pisoteado, para luego largarse, dejándolo todo hecho ruinas. Soy frágil, pero nadie ha querido verlo así (aunque todos lo sabían). Me afectan mucho las cosas (y nadie, al parecer, lo ha tenido en cuenta a la hora de hacer nada: a nadie le importan las consecuencias de nada, se trata sólo de hacer lo que a cada uno le apetece en su momento).


Un ejército de uno. Armado con una triste espadita de madera, contra doscientos o doscientos mil monstruos (orcos peludos y hambrientos de sangre) que van entrando y saliendo por tu vida, más bien usándote, pidiéndote cosas que saben de sobra que no puedes hacer y luego tirado como un trapo. Porque estás enfermo. Enfermo y terminal. Y nada de "yo me quedaré aquí, a tu lado". Jódete si estás mal. Nadie quiere un lisiado a su lado, o no uno con nombre y apellidos y un día a día tan difícil. Mucho más fácil desentenderse de todo, o decir "ve a terapia, que creo que lo necesitas, y a ver si allí pueden hacer algo por ti".



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