lunes, 30 de junio de 2008

Gimme some truth

¿Llegamos a entendernos de verdad alguna vez? Me refiero a entendernos de verdad, profundamente. Ni siquiera sé si hablábamos el mismo idioma. Yo quería realidad, necesitaba realidad, no palabras ni dibujos ni sueños: vivía -como vivo- en mitad de un huracán, y un poco más de aire (o de humo, o de ilusiones) era casi lo último que quería y necesitaba. Tú venías de otro mundo: tu realidad era sólida, y por eso podías jugar a huir de ella y volver luego como si tal cosa. Te gustaba soñar, escaparte por un rato por ahí, sabiendo que al volver te encontrarías todo en orden, todo un pequeño mundo perfecto esperándote. A mí me faltaba el suelo. Y no es que fuera amargo o que no me gustara dejarme ir por ahí, contigo, y perderme también en tus ensoñaciones: pero sí es cierto que luego, al hacerse oscuro, cuando por fin llegaba la hora de volver a casa, yo no tenía dónde volver ni tenía tampoco dónde aterrizar. Y tú me veías desde abajo, volando, dando vueltas y vueltas, y entonces te sentías muy triste y muy impotente, y yo quizá más triste e impotente que tú, viéndote de vuelta y a salvo mientras yo me quedaba por ahí, perdido entre las nubes, como alguien que -por más que se esforzara- no podría nunca formar parte de tu vida más que en una parte pequeña y marginal. Y nada de esto que te digo es un reproche, ni quiero tampoco que lo entiendas así: eran dos lenguajes distintos, ya te digo, dos mundos diferentes. Lo pienso ahora y lo único que siento es vacío, y tristeza, y frustración, por nuestra propia ceguera: porque quizá el problema fuera simplemente ese, que no había forma humana de que nos entendiéramos. Y sé que tú sufrías cuando yo me quedaba por ahí revoloteando y sin poder bajar. Y sé también que te hubiera gustado que los dos subiéramos y bajáramos al cielo, los dos juntos, como si fuéramos las dos partes de un todo, que todo fuera perfecto, sin problemas nunca, todo felicidad. Pero yo no podía subir y bajar así, y en cada vuelo contigo -en realidad- perdía un trocito más de lo poco que me ataba a ningún sitio. Hasta que, por fin, llegó un día en que tú volviste a tus cosas, a tu mundo, a tu orden, y yo me quedé arriba, revoloteando en mitad del caos. Como sigo ahora. Buscando desde arriba (desde ninguna parte), desesperado, un trocito de suelo, un pequeño zócalo aunque sea, un rinconcito, un lugar en el mundo donde poder poner el pie y vivir en paz. Un trocito de mundo donde no estorbe a nadie, donde -si hay alguien más- me acoja y me acompañe (como yo lo acogeré y lo acompañaré), donde no me lleguen los gritos de los pájaros ni el runrún agobiante de la vida de los otros. Un sitio, sólo eso, donde poder aterrizar, ya para siempre.

No hay comentarios: