jueves, 26 de junio de 2008

Jugar al escondite

Tres días he aguantado en aquel sitio. Lo que, por supuesto, les viene de perlas a todos los que dicen "no aguantas nada en ningún sitio" o "no pones nada de tu parte".

Si uno busca en el google El Seranil (Benajarafe) se encuentra, nada menos, con que es "un nuevo modelo de intervención psiquiátrica para el siglo XXI", además de toda una colección de bonitas fotografías que hacen pensar que aquello es poco menos que un hotel de cinco estrellas. Y es verdad que el recibidor y el pasillo principal son bastante aparentes. Pero ahí termina todo.

Llego el primer día (son 140 euros lo que te cobran por día, no es moco de pavo) y ni siquiera tengo cama: me colocan en una minisupletoria en una habitación con otros dos pacientes... un esquizofrénico profundo (que además, ronca como un caballo con rinitis) y un obsesivo compulsivo que habla solo y se despierta a las seis de la mañana y pone la tele a todo volumen (sobre la necesidad de poner televisión en las habitaciones de un sitio donde supuestamente vas a descansar... se me escapa). La habitación entera es bastante cutre: el baño no tiene cortina (mis dos compañeros no se han duchado en los tres días que he estado, pero yo he tenido que hacer verdaderas filigranas para no ponerlo todo a nado cada mañana) y tampoco ellos -que sí tienen algo parecido a una cama- tienen mesita de noche o luz propia. La forma de organizarse es coger sillas de plástico del jardín y poner encima lo que cada uno tenga (ropa -poca, porque no hay armarios y tienes que dejarla en una especie de control al llegar-, algún libro, lo que sea...)

Terapia como tal no la hay. O bueno, sí: terapia ocupacional. Hacer papel reciclado, cultivar un pequeño huerto, rellenar globos con jabón y pintarles una carita. Cosas así. Puede que haya gente allí que le hace bien eso: a mí me parece que he vuelto a preescolar y -peor- que me tratan como si hubiera vuelto a preescolar. Aparte de que a eso llega uno después de haber superado (es un decir) el rato del desayuno, que creo que merece que le dedique un parrafito aparte.

Para empezar, las habitaciones están cerradas toda la noche, de 12 a 8. Lo peor no es eso, sino que no hay botones ni timbre con que avisar al celador si uno se despierta en mitad de la noche o necesita algo (no quiero ni pensar qué podría suceder si alguna habitación sale ardiendo un día). A las 8, el ambiente recuerda a un cuartel, con celadores aporreando puertas y haciendo que le gente se levante y salga afuera en menos de cinco minutos. Salir afuera significa amontonarse en el patio que rodea la piscina. Porque aquello debió ser un hotel de esos de vacaciones que empezaron a verse en los años 50 ó 60 por la parte de la Axarquía, donde se quiso hacer una segunda costa del Sol pero en más pobretón, y esa es exactamente la pinta que tiene: el recibidor, las columnas de la entrada, una piscina con un patio pasado de moda de esos que se usaban para celebrar guateques y para la coronación de la reina de los juegos florales 1962. Ahí, en ese patio, amontonan a los pacientes durante más o menos media hora, hasta que les dejan pasar al comedor. El comedor es eso, el antiguo comedor del hotelito: es bastante amplio, pero como han quitado casi todas las mesas, hace falta hacer tres turnos para desayunos, comidas y cenas. La sensación que da es de caos, de desorden: mucho espacio vacío y gente por todas partes sin saber muy bien qué hacer. El resto de las pacientes -esperando su turno para desayunar- o se amontonan en dos esquinas donde les han puesto un par de filas de esas de aeropuerto con dos televisores (a toda potencia: Canal 40 Hispano y cosas así a las ocho y media de la mañana) o, directamente, se tumban sobre la barra (de lo que debió ser el bar) y se echan allí a dormir. Nadie controla nada (apenas dos enfermeros que tratan a los pacientes como lo que parecen ser: ganado que manejar de un sitio para otro).

Por las mañanas también te ve un psicólogo. Que te pregunta poco más que como estás, que te dice que ánimo, y que te advierte rápidamente que lo mejor es que te vea tu psiquiatra al día siguiente. En total, diez minutos de visita (como mucho). Pero el psiquiatra (al que he visto dos veces) tampoco es que tarde mucho más en despacharte (el segundo día ya sí: cuando digo que me voy, me pide que me lo piense, y que incluso podemos ver lo de la cama supletoria cutre que me largaron el primer día) . Te dice además cosas como que "el TLP en sí mismo no es nada, es como decir estoy ansioso" y que habrá que ver qué tiene uno exactamente. Desde el principio piensas: no nos vamos a entender. Este tío ni sabe de qué va la cosa. Y estoy en sus manos.

Por la tarde, los pacientes vegetan o chapotean en la piscina o dan vueltas por la playa acompañados por un monitor (la mayoría de la gente tiene disfunciones serias, lo que hace te sientas todavía más bicho raro). Yo me las paso dormitando en mi cuarto (en parte, porque la medicación delirante que me han puesto son tres orfidales al día y un somnífero fuerte por las noches): pero no me quejo; es lo único parecido que encuentro a lo que he venido a buscar: un sitio donde recogerme, donde olvidarme de todo, donde descansar. Silencio (sin televisores tronando a todo trapo por todos los rincones), orden (sin pacientes dormidos sobre las barras de la cafetería ni peleándose a gritos sin que ningún celador se moleste en ver qué pasa), tranquilidad (un sitio donde perderse en el tiempo, y no donde cada día sea una prueba de paciencia y hasta de supervivencia).

Cosas que -te das cuenta- deberías poder tener (y de gratis total) en tu casa. Si alguien se preocupara, y si las cosas fueran medio normales. Pero yo ya noy yo ni mi casa es ya ni casa, como decía el otro. Ni los psiquiátricos (tal y como están: y este es privado, y caro) son sitios para gente como yo. O como tú.

¿Y ahora, qué?, me pregunto yo. ¿Y a dónde?

1 comentario:

Irene dijo...

Hola.. Tú ingresaste por voluntad propia? O cómo indicación? Yo vivo en Benajarafe, he visto a pocos de estos pacientes, me ha sorprendido tu escrito, me gustaria saber más.