Hablas y hablas y hablas. Pides ayuda. Te expresas. Vuelves a contar lo que ya has contado tántas veces. Llamas por teléfono. Insistes en que necesitas que alguien te eche una mano.
Pero no te das cuenta de que todo es inútil, porque ya no eres uno de ellos. Sólo un incordio. Un juguete roto que ya nadie quiere.
Y sigues gritando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario