sábado, 28 de junio de 2008

El final del viaje

No ha sido un viaje largo, ni especialmente corto. Ni ha estado tan lleno de cosas desagradables: en realidad, mucho de lo que ha habido ha estado no sólo bien, sino que muy bien. Ha habido buena gente con la que caminar (y también de los otros, de los que hacen que llueva y el suelo enseguida se llene de charcos). He visto muchas cosas que nadie verá nunca. He disfrutado mucho. Podría haber sido mejor... pero la mochila que llevaba era tan grande, pesaba tánto, y me daba también tánto miedo deshacerme de ella o dejarla de lado (a dónde iba a ir yo sin mi mochila?) No ha sido, desde luego, un camino de espinas: se parece más a una fiesta que se acaba, porque los invitados van pasando al salón a beberse sus copas y fumarse sus puros y a hablar de cosas serias, y tú no estás invitado (ni serías capaz tampoco de ponerte, entre ellos, a discutir de la vida con mayúsculas).

El viaje termina, como termina todo. Hay quien se baja del tren al final de un larguísimo trayecto y quien prefiere bajarse en las primeras estaciones. Y, al bajarse del tren, lo que no se conoce: una extensión de campo y de cielo sín márgenes, amarillo y azul. Los dos colores en qu ese reumen todo: los colores que han sido la historia misma de mi vida. El fin de nuestro viaje. Ya podemos -por fin!-liberarnos de los mapas y salir ahí afuera, a lo desconocido.

Donde sopla aire fresco, y apetece.

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