martes, 17 de junio de 2008

Sentí acercarse al monstruo

Sentí acercarse al monstruo. Lo reconocí desde antes que llegara, por su aliento corrompido y sus gruñidos y sus pisadas firmes y seguras, las pisadas de alguien que sabe a por quién viene. Lo vi acercarse y corrí a mi cabaña, a por un arma, o a por un refugio donde poder estar cuando el monstruo llegara por fin. Pedí ayuda: los vecinos me miraban extrañados. Me decían "aquí no hay monstruos". O "no te preocupes, que no va a pasar nada: este es un sitio seguro". Pero yo sabía que el monstruo se acercaba, y que cada día era un día menos, aunque me contaran que eran un día más y que debía disfrutar del momento. A pesar del silencio y la calma, y hasta la música que se oía a veces desde las ventanas de las casas de los vecinos. El monstruo se acercaba, y yo estaba aterrado. Descontaba las horas que me quedaban de felicidad, las horas que faltaban para que el monstruo por fin apareciera. Me miraba al espejo, con la escopeta en ristre y mi mirada más amenazadora, y a veces me sentía capaz de afrontarlo: pero me llegaba de nuevo su olor, oía sus pisadas, presentía sus ojos fríos, escrutadores, implacables, y me rendía ante la evidencia de que -cuando el por fin apareciera- yo no tendría ninguna oportunidad con él. Maldije por no haber sabido construirme una cabaña más fuerte y más segura. Miré mi escopeta y me pareció poco menos que un juguete, con el que no podría ni enfrentarme a los saltitos burlones de un conejo. El monstruo se acercaba...



Cuando por fin llegó, salí a recibirlo y me dejé engullir, sin oponer ninguna resistencia. Vi tan inevitable que el monstruo me tragara que lo que hice fue dejarme tragar. Mansamente y con resignación. Como el que da la bienvenida a un viejo amigo.

No hay comentarios: